Siglo Nuevo

Bruno

NUESTRO MUNDO

Bruno

Bruno

Marcela Pámanes

“Son muy destructores, te acaban con la casa en un momento”, esa fue la razón por la que en mi casa paterna nunca hubo un perro. Yo crecí pensando que era cierto.

Pero además yo tenía pánico a los perros. Fue algo que marcó mi infancia y mi adolescencia temprana. Sufría cuando tenía que estar en casa de mis amigas que tenían perro, me recuerdo llorando y gritando por la presencia de alguno.

Ya en preparatoria el miedo continuaba, la Pereyra estaba en la colonia donde vivíamos, así que íbamos caminando, tres cuadras y media era la distancia, ese trayecto se convertía en seis y siete más porque le pedía a Gabriela, mi hermana, que rodeáramos para evitar a un perro que alcanzaba a ver a la distancia. Ahora en son de broma me reclama.

Estando precisamente en la preparatoria, teníamos el laboratorio de biología, el titular de la práctica se convertiría al paso del tiempo en un respetado neurólogo. En una de esas prácticas nos habló de la hipnosis y sus efectos terapéuticos, sobre todo en casos de fobias. Me anoté para ser hipnotizada, es que ya no podía más. En la clase se dio la práctica y teniendo como testigos a mis compañeros, recibí la orden de no temer más a los perros. Y así fue.

Tampoco fue que de la noche a la mañana les declarara amor eterno; seguía teniéndoles respeto, pero empecé a aceptar su presencia sin tanta angustia, sobre todo la de aquellos que me garantizaban que eran dóciles y mansos.

Pasaron los años y me hice madre. Un día llegó a casa un cachorro de French, tenía a mi único hijo, en ese entonces, muy pequeño aún. Sólo una noche pude tenerlo en casa, su llanto y los requerimientos de limpieza impuestos por mí misma me llevaron a encontrarle una familia donde sí les gustaran los perros. Pero algo se quedó en la memoria, la mirada del cachorro al darle de comer y lo que yo interpreté como agradecimiento de su parte.

La vida me permitió escoger hermanas de vida que son perrunas a morir, una tiene cuatro, otra ha tenido hasta tres perros y tres gatos a un mismo tiempo, a donde quiera que volteaba encontraba que mi familia era la única que no tenía, ahora si literal, ni perro que le ladrara. Un día, una de estas queridas amigas me sentenció y me dijo que no podría aspirar a la gloria si no tenía uno, me hizo pensar. La vida siguió y ya con mis dos hijos crecidos, muy crecidos en realidad, el más grande, universitario y ya en plenitud de facultades diría la ley, pidió, suplicó, argumentó la necesidad de conocer qué era eso de tener a una mascota en casa. Yo lo oía y le decía que algún día. Y ése día llegó.

Casi en la inconciencia me pidió ir por el cachorro lo antes posible porque si no se lo ganaban, me dio la posibilidad de escogerlo. Ese pedir implicaba llevar dinero para poder traerlo a casa, no era un regalo. Y traer croquetas y cama y collar y juguetes y otras monerías. Pensé que no sabía bien a bien lo que estaba haciendo, pero en cuanto lo vi me enamoré: ojos azules, pelo blanco con algunas manchas grises, una cola tricolor como si se tratara de una bufanda tejida y la trufa rosada, era una ternura con patas.

Apenas tenía mes y medio, no podía dejar de conmoverme que lo hubieran alejado de su madre tan pronto, sentía pena y una necesidad muy grande de arroparlo.

Tuve que renunciar a mis exigencias de orden total y absoluto, me di cuenta que podía tolerar una mancha en el piso, un periódico tirado o recoger excrementos sin asco. Con el paso de los días y leyendo sobre la raza, ovejeros australianos, empecé a sospechar que Bruno era sordo y albino, luego supe que la cruza de dos mirlos dan por resultado el accidente genético, o bien la consanguineidad. Mi sospecha de sordera se confirmó. Y sufrí pensando que nunca podría oír nuestras voces y junto con ello nuestras indicaciones.

Por fortuna hemos recibido el apoyo de profesionales que nos han permitido entender y entrenar a Bruno. Ahora tiene casi seis meses, todos los días pasea, todos los días lo acariciamos, todos los días come de nuestra mano, todos los días lo regañamos, todos los días al despertar baila de alegría cuando nos ve, todos los días le agradecemos a la vida habernos dado la oportunidad de experimentar el amor incondicional de Bruno. A partir de Bruno nunca más volví a ver a un perro con indiferencia.

Twitter: @mpamanes

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Bruno

Clasificados

ID: 1112504

elsiglo.mx