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Brutos

Diálogo

YAMIL DARWICH

Comentando con amigos llegó la pregunta abierta: ¿qué tanto hemos evolucionado como seres humanos en relación a la razón última de la existencia? La respuesta fue triste y conmovedora y en general opinamos que no sólo hemos permanecido con las mismas debilidades de la raza, sino que las hemos agrandado al tecnificarnos.

El tema viene bien en el mes de agosto, cuando se cumplen setenta años de la ejecución de uno de los actos más salvajes de la humanidad: el lanzamiento de la Bomba Atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón, provocando la rendición inmediata e incondicional del Imperio del Sol Naciente.

En el mes de agosto de 1945, el ser humano se manifestó con la gran brutalidad que le ha llegado a caracterizar, engrandecida por el mal uso de la tecnología: Estados Unidos de Norteamérica, lanzó el 6 y el 15 de agosto, las terroríficas bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagazaki.

Desde entonces, el mundo conmovido, se ha cuestionado si era necesario o no cometer tal genocidio, que generó al menos 140,000 víctimas, entre muertos y quemados con la radiación y si tal acto de barbarie pudo haberse evitado.

Aún hoy en día continúan apareciendo las consecuencias entre personas, quienes siendo menores sufrieron la exposición a la contaminación con radioactividad; malformaciones genéticas en descendientes, cáncer de piel y en otros órganos del cuerpo son algunas de las varias consecuencias, a las que se suma la contaminación de suelos y el cambio, por mutación genética, en plantas y animales.

Los daños psicológicos son evidentes, entre personas que aún recuerdan su desgracia y los resabios sociales -el sabor amargo por los recuerdos- siguen estando presentes, aunque se vayan atenuando con el paso del tiempo y el arribo de las nuevas generaciones occidentalizadas.

Las autoridades norteamericanas de aquel tiempo, justificaron el lanzamiento de las bombas al mencionar el posible número de soldados norteamericanos que deberían morir antes de lograr la rendición de Japón y el presidente Harry S. Truman, durante el discurso explicativo que dio a la nación, mencionó los agravios a que había sido sometido su país, encabezados por el ataque a Pearl Harvor y las muchas crueldades cometidas contra los soldados apresados por el ejército nipón, retenidos en condiciones paupérrimas en campos de concentración. El primer mandatario dijo: "La usamos -refiriéndose a las bombas atómicas "little boy" y "fat man"- para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses".

Los estudiosos del tema siguen con la discusión y cada vez son más los convencidos de que existieron otras razones, muy diferentes a las mencionadas por el Presidente Truman.

Hay posturas que aseveran que las razones verdaderas eran muy diferentes, entre ellas: la justificación de la enorme inversión en el Proyecto Manhattan, dirigido por por el físico Julius Robert Oppenheimer, con un costo de 2,000 millones de dólares - valor monetario de 1939-; otros, hablan del temor de los norteamericanos de que Rusia se involucrara en el conflicto bélico y ser orillados a compartir el "éxito militar"; algunos más la fundamentan en la proyección futurista hacia el exterior, a partir del miedo.

Cualquiera de las explicaciones es insuficiente para justificar la brutalidad mostrada y ahora nadie puede negar que fue el acto más cruel que ha ejecutado el ser humano.

Sin embargo, siempre positivista, pienso que sí hemos avanzado, aunque lento y torpemente, hacia un humanismo revigorizado con el desarrollo científico y tecnológico.

Debo advertirle que tenemos que diferenciar el uso de los descubrimientos científicos aplicados al desarrollo tecnológico, entre su utilización de manera positiva -caso de la generación de energía o uso en tratamientos médicos de vanguardia- o negativa de los mismos -la guerra- y que la moral de las sociedades humanas, que dan sustento a la ética de las personas, son cuestiones de la interpretación y aplicación por los integrantes de cada cultura.

Esa minúscula evolución que hemos presentado, de la que recibimos beneficios, tiene que ver con acciones posteriores, quizá movidas por la crítica mundial y la difusión de la injusticia por los medios de comunicación.

La guerra de Viet-Nam se detuvo por la exigencia de la paz; también la generación de programas de salud, alimentación y vivienda, lanzados por la ONU, aunque tengan otros intereses ocultos; el ataque a las violaciones a los derechos humanos, desde la esclavitud hasta trata de blancas y la atención a los grupos minoritarios.

Aún hay mucho camino por recorrer y luchar por terminar contra las incongruencias generadas por los politiqueros, como defender a los animales -cosa buena y aplaudible- y permitir el asesinato de seres humanos intrauterinos.

Hablar y dialogar sobre el tema es importante; es el camino de encontrar la congruencia entre lo que pensamos, creemos, decimos y hacemos. ¿Qué opina?

ydarwich@ual.mx

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