Masacre. Más de setenta fosas han sido localizadas en el proceso de búsqueda de los 43 estudiantes desaparecidos.
La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa desenterró en Guerrero un verdadero cementerio.
Se buscaba a un grupo de muchachos, pero se encontró con una masacre descomunal de la cual no se tenía memoria ni registro, en una de las situaciones más macabras de las que se recuerden en el país.
A 106 días del ataque a los estudiantes, que se cumplen hoy, se han exhumado al menos 89 cuerpos en 70 fosas clandestinas localizadas en Iguala, Cocula, Chilapa y Zitlala.
Guerrero, entonces es un cementerio, gracias a la lucha intestina del narcotráfico y las fuerzas del orden.
Sin embargo, la cifra podría ser mayor, dado que varias fosas han sido halladas por la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), que detiene las excavaciones para que autoridades confirmen el número de cuerpos, lo que no siempre se revela.
El hallazgo más reciente de entierros clandestinos ocurrió el martes de esta semana, cuando se extrajeron de seis fosas en Tepehuixco, Chilapa, los cuerpos de 10 personas, además de 11 cabezas.
De todos los cuerpos, el Procurador Jesús Murillo Karam sólo ha informado que cuatro pudieron ser identificados y entregados a sus familiares, del resto no se sabe absolutamente nada, por más grotesco que parezca.
Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, advierte: "Este cementerio no se reduce a dos o tres municipios. Esto se extiende a la Costa Grande, se va a colonias populares de Acapulco, ya no digamos a lo que es la Tierra Caliente, la Sierra".