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Calma antes de la tormenta

SALVADOR KALIFA

No han pasado dos meses de 2015 y ya aparecieron las primeras revisiones a la baja del crecimiento económico esperado para el país. Esto, como sabemos, fue en reacción a la caída en el precio del petróleo y al recorte en el gasto público presupuestado para este año.

No obstante, prácticamente todos los pronósticos apuntan todavía a una evolución de la economía mexicana algo mejor a la ocurrida el año pasado. Y me parece que así será porque hay varias razones que favorecen esa expectativa.

Primera, por mucho la más importante, es la recuperación sostenida de la economía de Estados Unidos (EU), cuyo crecimiento superará este año al del 2014, favoreciendo la expansión de las exportaciones nacionales y las remesas familiares.

Segunda, los exportadores y los ingresos turísticos recibirán un impulso adicional por la depreciación del peso, que llegó para quedarse. En efecto, a pesar de los buenos deseos de nuestras autoridades, se ve sumamente difícil una cotización del dólar por debajo de los 14 pesos, salvo que el petróleo regrese y se sostenga por encima de los 80 dólares por barril (dpb), lo que prácticamente no se vislumbra para este año.

Tercera, los ingresos presupuestales de 2015 no se verán afectados de manera relevante por los trastornos en el mercado petrolero. Por un lado, existen las coberturas que se contrataron a un precio ponderado de 76 dpb y, por el otro, la depreciación del peso aumentará los ingresos en moneda nacional de esas ventas externas.

Por si eso no fuera suficiente, el gobierno recibirá un excedente significativo por la diferencia entre el precio de importación de la gasolina y el precio al que la vende en el país, lo que no estaba contemplado en el presupuesto original.

La evolución de las variables financieras, sin embargo, será diferente. Es muy probable que continúe la volatilidad, con oscilaciones en el valor del dólar y en el precio de las acciones que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores.

En estos meses y hasta el verano, esos movimientos estarán más asociados a las fluctuaciones en el precio del petróleo y a las vicisitudes de Grecia y la zona del Euro, mientras que durante el otoño y el invierno jugará un papel más relevante la política monetaria de EU, en especial el momento en que el Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal comience a subir las tasas de interés.

Aun así, me parece que esa volatilidad no trastocará, durante 2015, la calma relativa de nuestras variables reales como la producción y el empleo. El crecimiento económico, por tanto, se ubicará alrededor del 3 por ciento, nada espectacular, pero en definitiva el mejor desempeño durante la administración de Enrique Peña Nieto (EPN).

Me temo, sin embargo, que esa "calma "podría desaparecer cuando la sociedad y los inversionistas extranjeros descubran la tormenta potencial que pudieran ocasionar las complicaciones presupuestales vinculadas a la caída del precio del crudo y las mayores tasas de interés en los años venideros.

En efecto, el talón de Aquiles de nuestra economía, en particular a partir de 2016, es el nivel actual y previsto del gasto público, superior al 25 por ciento del PIB, ante lo que será una creciente incapacidad de nuestras autoridades para financiarlo sanamente.

Por un lado, los ingresos petroleros serán menores a los de los años recientes y habrá una menor disposición del capital externo para financiar déficits públicos como los de los primeros años del actual gobierno (3 o más por ciento).

Por otro lado, el aumento de la deuda pública desde 2008 no implicó un gasto financiero substancialmente mayor al de los años previos, porque se contrató a tasas de interés cada vez más bajas. Eso facilitó la expansión del componente no financiero del gasto público, en particular, el gasto corriente.

Dicha situación no es sostenible en el futuro previsible. El alza de las tasas de interés, que paulatinamente acumulará un aumento de entre 3 y 4 puntos porcentuales, se traducirá en un incremento cada vez mayor (según se presenten los vencimientos de la deuda anterior) de los gastos financieros del Gobierno.

Estos factores obligan a un menor gasto público total, tanto corriente como de inversión y, además, a un cambio en su composición, ya que los mayores pagos de intereses dejarán menos recursos disponibles para el gasto no financiero.

En consecuencia, la administración de EPN tiene que hacer, desde ahora, las adecuaciones necesarias al gasto público para sortear con éxito las dificultades que agobiarán la segunda mitad de su sexenio. No hacerlo bien y pronto puede convertir la amenaza de una tormenta futura en una lamentable y no muy lejana realidad.

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