La historia del hombre, desde que toma conciencia de sí mismo, se puede describir en términos de su intervención y modificación del entorno. En un principio, las necesidades de alimento y cobijo las satisfacía recolectando tejidos vegetales y cazando animales, no la tenía fácil, a veces la recolección era insuficiente y la cacería consistía en no pocas ocasiones, en una lucha a muerte con sus supuestas presas. Cráneos rotos, huesos quebrados, amputación de brazos y piernas era el resultado de una cacería de mamut. La población mundial de entonces no rebasaba los cien millones de habitantes y, habría que precisar que el planeta, además de encontrarse en equilibrio, no podía mantener a más.
Pasaron miles años hasta que el hombre inventó la ganadería y la agricultura, y con ello también la capacidad de modificar la naturaleza. Los primeros cambios de uso del suelo se inauguraron, la remoción total, en la mayoría de los casos permanente, de bosques, selvas y pastizales dio paso a los primeros cultivos y cosechas. No obstante, aunque hubo notables avances en la producción de alimentos y provisión de abrigo y calor en edificaciones, así como en su capacidad de organizarse en poblados, villas y ciudades, la población humana creció muy poco durante los siguientes diez mil años, esta vez, fueron las enfermedades y las guerras las que limitaron su crecimiento.
Entre 1780 y 1830 ocurre lo que hoy se conoce como la primera revolución industrial, en la cual se introduce la máquina de vapor en las distintas industrias, ocasionando un aumento espectacular de la capacidad de producción. Las cosas ya no serían como antes, se pasa de una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada. La producción tanto agrícola como industrial se multiplicó a la vez que disminuía el tiempo de producción.
La población humana entró en una etapa de crecimiento exponencial y con ello, una fuerte presión sobre la producción de alimentos y los recursos naturales en general. Como en cualquier ecosistema natural, el aumento de la población que lo habita significa una presión creciente sobre el mismo. "En el caso de la población humana tal presión es mayor todavía, pues no se trata sólo de un aumento numérico, sino asociado además a la creación y diversificación de nuevas necesidades. Este aspecto cualitativo se traduce en exigencias sobre los recursos, que en términos cuantitativos son un múltiplo del crecimiento de la población."
Muchos beneficios se obtuvieron, pero pronto se presentaron los costos ambientales, los cuales, se empezaron a ver hasta mediados del siglo veinte: la veloz deforestación, la degradación de las cuencas, la pérdida de biodiversidad, la escasez de agua, la contaminación del agua, la excesiva erosión del suelo, la degradación de la tierra, el sobrepastoreo y la pesca abusiva, la contaminación del aire y el congestionamiento urbano, son sólo una muestra.
La deforestación se relacionó estrechamente con la expansión de la frontera agrícola, el crecimiento urbano, con mayores vías de comunicación y con una mayor incidencia de incendios y plagas. Es una de las actividades más identificadas con el cambio en el uso del suelo que consiste en la transición abrupta de una cubierta dominada por árboles hacia una que carece de ellos. Ahora sabemos también, que el haber aprovechado los bosques y selvas más allá de su capacidad de recuperación, se vincula con el calentamiento global y con la pérdida de los servicios ambientales que prestan: forman y retienen los suelos en terrenos con pendiente evitando la erosión; favorecen la infiltración de agua al subsuelo recargando los mantos freáticos y también purifican el agua y la atmósfera.
En la segunda mitad del siglo veinte se publicaron datos verdaderamente preocupantes sobre la deforestación mundial y nacional: entre 1981 y 1990, a un nivel tropical se deforestaban 15.4 millones de hectáreas por año, aproximadamente 7.4 millones de hectáreas en Latinoamérica, 3.9 millones de hectáreas en Asia y 4.1 millones de hectáreas en África. Casos alarmantes de deterioro forestal se presentaban en países como la India, Haití y los países de la región Amazónica.
México se encontraba inmerso en esta problemática, según datos oficiales de principios de los noventa, el grado de deforestación oscilaba entre 329 mil hectáreas por año hasta 1.5 millones de hectáreas por año, dependiendo del tipo de bosque o selva que se tratara. Entre los más deforestados se encontraban el bosque tropical siempre verde de las tierras bajas del golfo, sur de Yucatán y norte de Veracruz, y el bosque tropical caducifolio que corresponde a la zona del Pacífico, norte de Yucatán y sur de Baja California.
El impacto de mayor consideración de la disminución de la superficie boscosa de nuestro país, se presenta en la reducción de la biodiversidad, la cual debemos entenderla como la pérdida o extinción de especies, esto es, un proceso esencialmente irreversible.