Los electores de Grecia le han dado un triunfo amplio a Syriza, un partido de izquierda que se opone a las políticas de austeridad que el país ha tenido que mantener durante años.
La propuesta de campaña de Syriza y de su líder Alexis Tsipras ha sido muy sencilla: No a la austeridad impuesta desde fuera. Por lo pronto Tsipras ha prometido que como primer ministro comenzará un programa de 2 mil millones de euros de subsidios a los más necesitados.
No es difícil entender por qué los electores griegos optaron por Syriza en lugar de Nueva Democracia del actual primer ministro Antonis Samaras. ¿Por qué no habrían de votar por un partido que les promete, en vez de austeridad y sacrificios, regresar a los tiempos en que todos vivían mejor con un enorme gasto deficitario del gobierno?
El problema será cómo cumplir las promesas de campaña. Una cosa es decir que se eliminará la austeridad y se crearán nuevos programas sociales y otra muy distinta conseguir los recursos para lograrlo.
El gobierno de Grecia está quebrado. Lleva décadas viviendo de subsidios y préstamos europeos. Su déficit de presupuesto alcanzó el 15 por ciento del producto interno bruto en 2009 (OCDE). Gracias a la austeridad la cifra bajó al 6 por ciento en 2014, pero este nivel sigue siendo insostenible. La deuda pública griega se eleva a 175 por ciento del PIB (Financial Times), una de las más altas del mundo.
Hace ya años que el gobierno griego no ha podido pagar su deuda. Mucho menos podrá hacerlo en el futuro si sigue registrando un alto déficit de presupuesto que debe financiarse con más deuda.
Grecia ya recibió un apoyo importante de sus acreedores. En mayo de 2010 obtuvo nuevos préstamos, mucho más baratos y con vencimientos a 2041. En 2012 se le otorgó un período de gracia de 10 años sin pago de intereses. El rescate de Grecia ha sido mucho más generoso que el de Irlanda o el de Italia,
Para Tsipras, sin embargo, esto es insuficiente. Está pidiendo que se le perdone el 30 por ciento del capital de la deuda al tiempo que aumentan el gasto público y el déficit presupuestario. Esto significa que el resto de los países de Europa tendrían que financiar una parte creciente del gasto público griego sin esperanza de que el dinero se les retribuyera. No sorprende que los electores de los países acreedores no estén contentos.
Sin acuerdo, el gobierno de Grecia no podrá seguir ejerciendo su gasto. El país no puede imprimir euros. Si el nuevo gobierno griego quiere aumentar el gasto sin un acuerdo con Europa, tendría que dejar de utilizar el euro como divisa nacional. El resultado sería un caos monetario, mientras se prepara la impresión de una nueva moneda con un poder adquisitivo mucho menor al del euro. Los ahorradores y los pensionados perderían todo o buena parte de su dinero.
Tsipras dice que no quiere esa solución y que buscará un recorte de la deuda sin abandonar el euro. Pero los electores de los demás países de Europa no se resignarán a subsidiar de manera indefinida el gasto de un gobierno que ha sido despilfarrador a lo largo de tantos años.
Los gobiernos europeos consideran inevitable ofrecer un nuevo paquete de rescate a Grecia, pero tratarán de negociarlo con cautela y con discreción para evitar un voto de castigo en sus países. Ningún rescate, sin embargo, será suficiente para un gobierno que no sólo tiene una deuda altísima sino que sigue gastando más de lo que gana y que quiere todavía aumentar ese gasto. Podría llegar un momento en que Europa decidiera simplemente separarse de Grecia.
INYECCCIÓN DE DINERO
El Banco Central Europeo ha empezado una política de compra de bonos gubernamentales que no es más que una inyección artificial de dinero a la economía. La idea es combatir la deflación, pero la experiencia en otros países, especialmente Japón, nos ha enseñado recientemente que imprimir o crear dinero no es la forma de promover un crecimiento sano y duradero.
Twitter: @sergioSarmiento