Frente a un árbitro debilitado, en medio de un entorno político de desconfianza y con un bombardeo de spots que poco aporta a mejorar la calidad de nuestra democracia, ayer comenzaron las campañas electorales con miras a la renovación de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Las elecciones intermedias son interpretadas por los analistas políticos como una especie de examen sobre el desempeño del presidente de la República. Pero en este proceso no sólo la máxima magistratura del Estado mexicano estará a prueba, sino también dos jugadores esenciales del sistema democrático: el Instituto Nacional Electoral (INE) y los partidos políticos.
Respecto al INE, en los últimos meses se ha observado que, contrario al objetivo primigenio de fortalecer al árbitro electoral dándole más facultades, la institución ha ido perdiendo autoridad principalmente por el proceder de los partidos. La rebelión que protagonizaron en febrero los representantes de siete partidos de oposición y el desacato sistemático del Partido Verde a las disposiciones del INE, son apenas dos muestras de su debilidad. En una encuesta realizada por Reforma y publicada ayer en El Siglo de Torreón se observa que la confianza ciudadana en el instituto es escasa; más de la mitad de los entrevistados (55 por ciento) confía poco o nada en el organismo y alrededor de un 65 por ciento considera que carece de independencia por estar controlado por los partidos políticos. Pero para los partidos, el panorama es aún peor. En otra encuesta publicada en febrero resalta que, para los ciudadanos, los partidos son las instituciones públicas más corruptas del sistema político mexicano y un 53 por ciento de los entrevistados cree que la corrupción es pareja en todos.
Aunado a lo anterior, los ciudadanos serán sometidos a un bombardeo de spots durante 60 días en los medios electrónicos de comunicación. En total serán 16.1 millones de anuncios propagandísticos en radio y televisión, es decir, casi 96 diarios, casi seis cada hora. Pero más allá del número, lo que sobresale son los mensajes contrastantes entre quienes ven que todo el país va mal y quienes creen que las cosas marchan bien, además de las promesas irreales y los lugares comunes. Una muestra del pobre nivel generalizado de los anuncios lo dieron los partidos durante los periodos de precampañas e intercampañas. Ahora bien, ¿sirve para algo este bombardeo de spots? A decir de la ciudadanía, para muy poco. Según la encuesta publicada ayer seis de cada 10 entrevistados considera que la propaganda electrónica de los partidos no les sirve para decidir su voto.
En cuanto a las preferencias electorales, el PRI arranca las campañas en primer lugar con un 32 por ciento de la intención del voto, con todo y la caída en la popularidad del presidente Enrique Peña Nieto, emanado de ese partido. Pero es fácil suponer que ese porcentaje corresponde en su mayor parte al voto duro del tricolor. Le siguen el PAN, con 22 por ciento; el PRD, con 14 por ciento, y Morena, de reciente creación, con ocho por ciento. Frente a lo anterior, se puede deducir que un escenario de escasa votación sería favorable para el partido en el poder.
Otros factores a revisar en esta elección son las candidaturas ciudadanas, que tuvieron pocos registros; el nivel de participación ciudadana el día de la jornada electoral del siete de junio, y el impacto de un eventual movimiento de anulación del voto. En conjunto, los tres factores pueden arrojar luces sobre la salud de la vida democrática nacional y el interés que existe entre la ciudadanía por participar en la renovación en la que es, en teoría, la principal institución con representación popular. Y es en este último punto en el que se advierte el mayor rezago de nuestra democracia, un asunto que trasciende a las campañas y al día de las votaciones y que repercute en la desconfianza hacia todo el sistema.
