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Capital natural regional

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

En la colaboración anterior comentamos acerca del Informe Planeta Vivo que publica el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (World Wildlife Fund o WWF), sobre el estado del capital natural a nivel global, con datos seriamente preocupantes como la disminución del 52 % de las poblaciones de biodiversidad en el planeta.

Si bien a nivel regional no se ha dado ese seguimiento, es notorio que la alteración de los ecosistemas naturales, histórica y recientemente, aquí ha ocurrido severamente. En el primer caso, se dio desde la ampliación del cultivo de algodonero a inicios del Siglo XIX, con la modificación y represamiento de los ríos Nazas y Aguanaval para la irrigación de sembradíos, la roturación de tierras en la gran planicie lagunera y la creación de los asentamientos humanos que dieron lugar a los poblados, villas y posteriormente ciudades de esta región.

Desde entonces, se modificó la vegetación de galería en los corredores ribereños y aquella conformada por arbustivas en las planicies, particularmente los bosques de galería y de mezquites que proliferaban en manchones continuos e intermitentes, a la vez de que se desplazó a diferentes poblaciones de fauna silvestre como roedores, reptiles y anfibios que moraban en los hábitats que se formaban en torno de las acequias y lagunas donde fluían y se depositaba el agua de los ríos.

En menos de un siglo, el progreso económico devastaba el capital natural que se había formado durante miles de años, los ecosistemas naturales se antropizaban sujetando la biota nativa a los cambios que la población humana impuso al asentarse en la región producto de los flujos de migrantes, mismos que dos siglos antes ya habían desplazado o exterminado a las poblaciones humanas nativas.

Así, primero con el auge algodonero y después con el forrajero lechero, La Laguna ha sufrido un cambio drástico que posiblemente haya reducido de manera significativa su capital natural, al grado tal que en la actualidad al ser revaluado por los investigadores científicos y los ambientalistas locales, encontramos que una gran parte de los corredores biológicos, como los riparios, han sido alterados como es el caso del tramo entre los Puentes Cuates y el Parque de Raymundo, o de plano desaparecido; ya sólo quedan ínsulas donde aún se alberga parte de ese capital natural en buen estado de conservación.

Afortunadamente, el ingenio humano y el deseo de conservar estos espacios ha emprendido un esfuerzo, muchas de las veces a contracorriente, por someterlos a un estatus de protección que asegure la permanencia de ese patrimonio natural, que si bien es de la humanidad nos corresponde a los habitantes de esta región comprometernos en su conservación.

Esa revaloración y esfuerzo ha conducido a que 343,390 hectáreas, poco más del 7 % del territorio que conforma la Comarca Lagunera, hayan sido declaradas como áreas naturales protegidas, cuatro hasta la fecha y una más en espera de concretarse: la Reserva de la Biósfera Mapimí, el Parque Estatal Cañón de Fernández, la Reserva Ecológica Municipal Sierra y Cañón de Jimulco y el año pasado los ejidos Villa de Bilbao y Tomás Garrido, cubriendo todas las categorías que establece la legislación mexicana: federal, estatal, municipal y voluntarias.

En estos espacios protegidos existen ecosistemas naturales de diverso tipo como matorral desértico, ribereños, bosques de encino-pino, pastizales, donde se alberga una importante diversidad de fauna y flora silvestre, la cual aún está sujeta a la presión humana existiendo factores que la amenazan.

Con base a los estudios técnicos, los planes de manejo y las investigaciones que realizan académicos, se ha identificado que la Reserva de la Biosfera Mapimí, en sus 342,387 hectáreas, de las cuales 227,775 se ubican dentro de los municipios laguneros de Mapimí y Tlahualilo, tiene 673 especies de fauna y flora silvestre, de las cuales 106 están estatus de protección especial, con una flora representativa del desierto entre las que destaca la gran cantidad de cactáceas como la reina de la noche, y fauna singular entre la que se encuentra la famosa tortuga de bolsón, la zorrita del desierto y la lagartija de las dunas.

En el caso del Parque Estatal Cañón de Fernández, con 17,830 hectáreas, se han identificado 751 especies de flora y fauna silvestre, de las cuales 46 se encuentran en estatus, sobresaliendo este sitio por constituir el humedal más importante de la región con vegetación de galería con sabinos milenarios, álamos, sauces y las noas que crecen en los relices del Río Nazas, además de su fauna acuática y la gran cantidad de aves locales y migratorias.

En la Reserva Ecológica Municipal de Jimulco, con 60,458 hectáreas, se han identificado 630 especies de las cuales 55 son endémicas, área que cuenta con una Isla de Cielo, superficie de cerca de 5,000 hectáreas que alberga un bosque de encino-pino en medio del desierto a una altura de 3,120 metros sobre el nivel del mar, en esta área también se ubican poblaciones de noas en el Cañón de la Cabeza y el Cerro de la Viga atravesados por el Río Aguanaval.

Este capital natural tiene un gran valor en una región como La Laguna que ha sufrido cambios drásticos en sus ecosistemas naturales, de ahí la importancia de conservarlo porque inevitablemente siguen sujetos a amenazas por la presencia humana, tal como sucede en Mapimí con la ganadería irregular y la cacería furtiva que en ella se practica, o como lo fue el turismo que recurría a la Zona del Silencio.

De igual forma el Cañón de Fernández encuentra en el turismo una amenaza, particularmente cuando los visitantes afluyen masivamente o utilizando motocicletas, por las construcciones irregulares que realizan algunos de los concesionarios que destruyen la vegetación ribereña, o en Jimulco, donde algunas empresas mineras buscan extraer este tipo de recursos sin preocuparse por afectar sus hábitats, o con proyectos hidráulicos que modificarían los flujos de agua de los manantiales en el Río Aguanaval, como se pretende ahora con la Presa en el Cañón de la Cabeza, amenazas que debemos enfrentar para conservarlo.

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