Para que la democracia funcione de forma aceptable, debemos estar todos en condiciones similares de participación, de lo contrario los más poderosos terminan imponiendo su voluntad. Los caminos disponibles para tal imposición varían en su grado de perversión y descaro, pero, en el fondo, su intención es acrecentar el poder de quienes dominan para lo cual, es necesario profundizar las desigualdades. La fuente de poder de los que tienen en sus manos el control político y económico de una sociedad, yace en la debilidad de los dominados. Por eso, para perpetuar su posición ventajosa, los poderosos precisan colocar en condiciones cada vez más vulnerables a las mayorías que los sostienen.
No es una coincidencia, entonces, que con el paso de los años en México los pobres sean cada vez más, pese a los miles de millones de pesos que se han destinado para, "combatir la pobreza". Tampoco lo es que el sistema educativo nacional esté arrojando peores resultados que en el pasado; que el poder adquisitivo de los salarios prácticamente haya sido borrado en cuatro décadas; o que la violencia y la inseguridad se hayan elevado a niveles equiparables a los de un país en guerra. Son todos mecanismos que debilitan al ciudadano y fortalecen a quienes están en la cúspide del poder.
Pero, tal vez el papel más triste en un escenario como el que intento describir, lo jugamos aquellos que nos suponemos "educados" y que juzgamos a "las masas" de ser culpables de tenernos en el subdesarrollo al, por ejemplo, votar a favor de tal o cual partido y no del que a nosotros nos gustaría. Lo patético de nuestro rol no sólo radica en el juicio tan a la ligera que emitimos, olvidando que tal acción de los demás se despliega desde una condición muy distinta a la nuestra. Se trata, también, de la ingenua convicción de que los otros que están en la contienda electoral tienen una intención distinta a la de aquellos que adversamos. Somos los principales promotores del "Mesías" y sus falsas promesas y de que los demás esperen pasivos a que llegue "el salvador" de la patria.
Es necesario que nos demos cuenta de que el problema no está en las personas sino en el sistema. Que los cambios profundos que México necesita no sucederán con la llegada de ciertos individuos a la Presidencia sino con el trabajo que cada uno de nosotros haga por suprimir las condiciones de desigualdad, fuente de poder de quienes intentamos combatir. De lo contrario, seguiremos a ciegas propagando ceguera.