Cervantes, Sor Juana y las amadas que no aman

En los versos de Sor Juana resplandecen muchos indicios de que leyó El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Por ejemplo, en un romance que escribe para obsequiar a la virreina un andador de madera que use su primogénito, saca a relucir a Clavileño, el caballo de palo en el que don Quijote navega por el espacio sideral con Sancho en ancas y a bordo del cual ambos sufren y gozan rigores de sol y encantos de estrellas.

Por cierto, Sor Juana alarga del juego de las ficciones que Cervantes convierte en realidades para el deleite de los lectores porque después de referir muchos seres mitológicos sobre los que seres iguales viajan, menciona al andador como auténtico Clavileño: Pero si apócrifos son / para qué son menester. / Mejor es un Clavileño / de palo que ande o se esté.

En otro romance, nuestra Décima Musa alude a dos pasajes del Quijote. Uno es el de la cabeza parlante, extraña escultura a la que los curiosos le hacían preguntas y el artefacto les respondía. Octavio Paz en Las trampas de la fe se entretiene revelando sus mecanismos.

En ese mismo romance Sor Juana refiere a maese Pedro, un titiritero del Quijote que además es explotador de un mono adivino. Por supuesto el jimio no articula palabras ni hace mayores gracias pero maese Pedro vive de encajar sus trucos y artimañas en la ingenuidad popular.

Pero no son esas huellas de la lectura de Cervantes por Sor Juana a las que ahora importa referirnos, sino a una impronta en la que ambos genios tienen como tema a las amadas que no aman, es decir, a aquellas mujeres que siendo amadas no sienten obligación de amar a quien las ama.

Ya desde el planteamiento del tema puede notarse el espíritu avanzado de los dos grandes autores pues en su tiempo era demasiada audacia proponer la autonomía de la mujer en sociedades tan conservadoras como la del reino español y la del virreinato de Nueva España.

En varias partes del Quijote Cervantes defiende el derecho de la mujer a escoger pareja, lo que significaba ir en contra de la costumbre de que se la impusieran los padres, otros familiares o personalidades que se pueden incluir en lo que Sor Juana llama “razón de estado”.

Quien ama cree que por sólo esa razón su amada o amado debe corresponderle amándolo. Contra esa idea, en el capítulo XIV de la primera parte del Quijote, Cervantes pone en boca de la “pastora” Marcela un hermoso discurso de autonomía femenina, a favor de la libertad de elegir pareja.

Podemos citar un par de breves fragmentos del pensamiento de independencia amorosa de la mujer enunciado por la “pastora” Marcela durante el funeral de Grisóstomo, quien habría muerto de amor por ella: “[…] por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros”.

Todo se debe a que Marcela es sumamente bella y muchos se enamoran de ella y ella no quiere a ninguno. Escoge vivir libre. “[…] todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”.

Esas ideas de Marcela pareciera que encontraron eco en la mente de Sor Juana quien pone a la protagonista de uno de sus romances en el dilema de amar a Fabio en tanto le imponen a Silvio. Ella se rebela contra la autoridad que llama “razón de estado”:

El [Silvio] es libre para amarme / aunque a otra su amor provoque / ¿y no tendré yo la misma / libertad en mis acciones? […] Quererlo porque él me quiere / no es justo que amor se nombre / que no ama quien para amar / el ser amado supone.

En este 2015 en que celebramos el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote es oportuno releer (o leer por primera vez) la máxima obra de la literatura española para encontrarnos el sabio pensamiento cervantino. Tal vez se nos contagie como se le contagió a Sor Juana.

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