Ciber-amor

¿Quién mejorará mi suerte? La muerte / Y el bien de amor ¿quién le alcanza? / Mudanza /

Y los males ¿quién los cura? / Locura / Deste modo no es cordura / querer curar la pasión /

cuando los remedios son / muerte, mudanza y locura.

Miguel de Cervantes

Este 14 de febrero ni flores ni chocolates, regale poesía. Inténtelo con este fragmento de Jaime Sabines que con ligeros retoques mil veces transcribo para usted en este día del amor en que según creencia medieval, todas las aves escogen a su pareja. Va: No es que muera de amor, muero de ti. / Muero de ti, amor, de amor de ti, / de urgencia mía de mi piel de ti / de mi alma de ti y de mi boca / y de la insoportable que soy yo sin ti. / Muero de ti y de mi, muero de ambos / de nosotros, de ese, / desgarrado, partido, / me muero, te muero, nos morimos. / Morimos en mi cuarto en que estoy sola, / en mi cama en que faltas / en la calle donde mi brazo va vacío / en el cine y los parques, los tranvías...

Aunque traicionado mil veces y manoseado como un billete viejo, el tema del amor sigue siendo imprescindible en este día. Y aquí estoy frente al teclado de mi computadora buscándole la cara al tema, asediándolo, intentando exprimirlo para comprobar que todavía le quedan algunas gotas frescas que ofrecer. Le pienso y le pienso y nada. Lo único que se me ocurre (ya se sabe que las mujeres no podemos guardar ningún secreto) es platicarles que me estoy enamorando del ectoplasma que eventualmente aparece en la pantalla mi computadora con su verbo apasionado y sus “besos húmedos que bajan de tu nuca hacia la espalda… y más allá” -escribe el provocador- sumiéndome en calurosas ensoñaciones.

Unos cuantos renglones son suficientes para desbocar la imaginación, que es por cierto mi atributo más desarrollado. Le atribuyo al ectoplasma un cuerpo sólido y varonil, la piel morena de todo mi gusto, las manos grandes y un pelo que blanquea ya con algunas canas. Imagino que un día no tan radiante de sol invernal se materializa en mi vida, hurga entre mis libros, comparte mi mesa, mi cama… Cuando lo imagino, por más que yo quiera ser una viuda seria, me gana la risa.

La vida me reclama y vuelvo a ser una caja de música. Insegura y curiosa me aventuro en el territorio intangible de la cibernética. Cargada con los recuerdos que me han hecho lo que soy, me dispongo a descubrir el nuevo reino, y mientras llega, no hago otra cosa que mirar alrededor apasionadamente. Me pregunto: ¿De dónde vendrás?, ¿qué lenguaje hablarás?, ¿qué estás haciendo ahora mientras yo te espero? Cuando llegues, Amor, tendrás que recibirme como soy, no como te imaginas, y aunque nos será imposible desentendernos de la realidad que -siempre enemiga del amor- nos impondrá las diferencias, las distancias y los pesados lazos del recuerdo; con lo que queda de nosotros podremos renacer por un instante, por unos días, por una vida.

No dejes pasar más tiempo Amor, ya se hace tarde. Cuando llegues -si tienes que llegar- entra sin hacer ruido, como quien ha salido a un recado, regresa y déjate caer en el sillón más cómodo con un suspiro. Mi amor, que siempre se ha instalado en jardines podados, en senderos tranquilos y seguros, con candados en la reja, se aventura ahora a navegar con los ojos vendados y sin saber hacia dónde.

Tampoco importa, vivir es exponerse. “Cuidado con Internet: facilita la mentira, la simulación, el engaño; nos advierten todos los días”. Como con el teléfono o las mismas cartas manuscritas cuando su usaban, el que quiere mentir miente y la que quiere creer contra toda razón, pues cree.

La vida es un riesgo y bien poco se puede contra los infortunios que nos reserva. Lo triste, lo verdaderamente irreparable, es impedir -por miedo- que se cumplan las pequeñas dosis de amor que nos están destinadas. Fiuuu…. creo que finalmente le pude sacar algo al tema.

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