"Mi ciudad. es un bosque de espejos que cuida un castillo."
Guadalupe Trigo
Oy un chilango incorregible. Mi idea de naturaleza es una banca del Parque México con vista a una fuente seca. Cuando llego a donde termina lo pavimentado, no encuentro forma de avanzar y prefiero darme la vuelta y regresar. Si llego a tener un día libre, me gusta subirme al Turibús o visitar el centro histórico.
La ciudad de México es abierta y tolerante. Recibe a todos los que vienen de cualquier lugar de la república o del extranjero. Aquí conviven personas de todas las etnias y religiones, madres solteras y homosexuales que encuentran libertad y pleno derecho a contraer matrimonio.
Mi ciudad es una de las más vibrantes del mundo. Tiene una fascinante vida cultural y una espléndida diversidad de restaurantes de todos los niveles, estilos y precios. Aquí puede uno comer a cualquier hora del día o de la noche, sin someterse a los horarios estrictos que prevalecen en muchas capitales del mundo, particularmente las europeas.
Ser chilango es ser crítico. La ciudad es altamente politizada. Muchos nos involucramos de manera constante en la vida pública. Nos quejamos de lo que pensamos está mal y exigimos un mejor gobierno y mejores servicios públicos.
Yo en su momento apoyé las reformas que nos dieron a los capitalinos el derecho de elegir al jefe de gobierno, a los delegados y a los diputados de la Asamblea Legislativa. Era importante tener gobernantes locales electos de manera democrática. Pero ni a mí ni a ningún chilango que conozca, fuera de los políticos profesionales, nos ha interesado exigir que la ciudad se convierta en un estado más de la federación. La reforma política que convertirá el Distrito Federal en la Ciudad de México, ahora sí con mayúscula inicial, nos ha dejado a la mayoría de los capitalinos profundamente indiferentes.
Esta indiferencia explica, supongo, una decisión curiosa de las autoridades capitalinas. Hace apenas unos días organizaron una consulta ciudadana sobre el Corredor Cultural Chapultepec, un proyecto que afectaba solamente un poco más de un kilómetro de una céntrica y muy deteriorada avenida. En cambio, nunca hubo una consulta sobre un tema realmente de fondo, sobre la decisión de convertir a la ciudad en estado. Supongo que la razón es que, con el ánimo negativo que los ciudadanos tenemos actualmente ante los políticos, la abstención habría sido todavía mayor a la del corredor y quizá el proyecto tan ansiado por la clase política habría sido rechazado en las urnas.
Convertir a la ciudad en estado no es una causa popular. Cuando me explican que esto nos dará derecho a iniciar enmiendas constitucionales o a que nuestra Asamblea participe en el proceso de ratificación de tales enmiendas, me quedo indiferente. Lo mismo le pasa a la mayoría de los capitalinos a quienes explico esta supuesta ventaja. En cambio sí encuentro una explicable desconfianza ante los abusos que pudieran venir con los nuevos poderes que tendrán los políticos porque no los ciudadanos.
Convertir a la ciudad en estado no mejorará la vida cotidiana, pero puede incrementar la burocracia, el gasto gubernamental y la deuda pública El jefe de gobierno dice que no habrá un aumento ni en el gasto ni en la deuda, pero el ciudadano no se hizo arisco sólo porque sí.
Ser estado nos permitirá tener una constitución en lugar de un estatuto, hará que las delegaciones se conviertan en alcaldías y permitirá que haya cabildos electos con regidores; pero no tapará los baches, ni aliviará los infernales embotellamientos, ni quitará a los ambulantes, ni garantizará la provisión de agua, ni evitará las manifestaciones o bloqueos de calles.
Ser estado no resolverá ninguno de los problemas fundamentales de la ciudad. Quizá por eso ningún político pensó en someter el tema a referéndum.
Los gobiernos federal y chiapaneco han sentado un precedente peligroso al liberar a seis maestros detenidos por violaciones a la ley a cambio de policías secuestrados por la CNTE. Negociar con secuestradores sólo fomentará los secuestros.