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CONTRALUZ

ROSTROS DESDIBUJADOS

María del Carmen Maqueo Garza

En el curso de la semana se detuvo en esta ciudad a una estudiante de secundaria quien durante las últimas semanas realizó alrededor de 70 llamadas al número de emergencias local con falsos reportes, en particular de bombas en diversos sitios públicos. Con cada reporte los cuerpos de seguridad están obligados a cumplir un protocolo de investigación, pero al comenzar a sospechar que fueran falsas, lograron dar con la joven delincuente quien a la fecha se encuentra resguardada en un centro juvenil. En redes sociales no faltó de inmediato quien abogara por ella argumentando que es un inocente juego de niños; en lo personal lo hallo como un asunto que vale la pena enfocar desde varios ángulos para crecer todos como sociedad.

En situaciones como ésta, o como los casos de personas que ocupan un cajón para discapacitados sin necesitarlo, y que caen dentro de los delitos que atentan contra grupos vulnerables, he querido imaginar qué pasaría si pusiéramos al delincuente frente a las personas que resultaron afectadas por su acción. Supongamos que un individuo que conduce intoxicado, atropella a un jefe de familia y lo deja lisiado de por vida… ¿Qué pasaría si en vez de la clásica fuga y escasa o nula investigación la autoridad consigna al conductor y lo lleva al lecho del propio enfermo para palpar directamente la tragedia que provocó? Aun cuando hay personas insensibles a este escenario, yo me animo a suponer que en general se propiciaría un cambio de actitud en dichos delincuentes. Ahora bien, en el caso de la niña de secundaria, si pudiéramos ponerla frente a la familia de un enfermo que falleció porque la ambulancia no llegó a tiempo por andar atendiendo llamadas falsas… Y si aquél que ocupa un cajón para discapacitado sin necesitarlo, fuera puesto frente al rictus de dolor de una persona quien al no hallar el cajón libre tiene que caminar una distancia mayor de la que hubiera caminado si se respetaran los espacios… Quiero creer que al ponerle rostro y nombre a las víctimas que hasta ahora no lo han tenido, la sociedad tendería a humanizarse otra vez, algo que hemos venido perdiendo.

Hace rato fui a una tienda de autoservicio, a la salida me llamó la atención ver mucha basura en un par de carritos de mandado, incluso un par de vasos y una charolita desechable con mucha lechuga, de alguien que comió tacos y dejó aquellos restos para que otra persona los tire a la basura. Probablemente se trata de un chiquillo que ni siquiera pensó en las consecuencias de lo que hacía, esto es, darle a un empacador voluntario que no recibe pago por hacerlo, el trabajo adicional de disponer de estos restos alimentarios. Necesitamos como sociedad comenzar a humanizar a esas víctimas anónimas que hasta ahora no han sido más que sombras, cifras, estadísticas.

Un mal de nuestros tiempos es que vivimos de manera agitada y como "zombis", con los ojos puestos en el celular; nos aislamos en medio de la muchedumbre, y dejamos de percibir todo aquello que se halla fuera de nuestro espacio vital. Se ha perdido el espíritu que privaba en muchas poblaciones hasta finales del siglo pasado; de un modo u otro todos los habitantes se conocían entre ellos, lo que representaba un buen principio para la convivencia respetuosa y pacífica. Hoy nos atropellamos unos a otros, nos agredimos, nos descalificamos, y en lo último que se nos ocurriría pensar es en los derechos de nuestros semejantes.

Hallé en redes un cartón muy interesante que publica "Planeta Consciente" respecto a la memoria colectiva. Se intitula "La memoria colectiva siempre es de corto plazo", y se refiere al pequeñito Aylan Kurdi que murió ahogado en el Mar Egeo el pasado mes de septiembre, luego de que se volcó la balsa inflable en la que viajaba en compañía de sus padres y un hermano. Lo que más nos impactó a todos en su momento fue que vimos el rostro del pequeño quien yacía boca abajo sobre la arena de la playa. El cartón al que hago mención ilustra en nueve cuadros cómo con el paso del tiempo se va desdibujando un primer dibujo hecho a todo color, para terminar en el penúltimo como un simple bosquejo en tinta negra, y en el último como un cuadro en blanco. Así, de ese modo como termina el pequeño Aylan en el cartón es como tantas veces visualizamos a los demás en un mundo que promueve el egocentrismo hasta aislarnos del resto del universo de manera casi patológica, al grado de que nada parece interesarnos ni prender nuestro entusiasmo.

Cada vez que yo hago algo indebido, o cada vez que dejo de cumplir con lo que me corresponde, alguien más, con rostro y nombre resulta perjudicado. No debemos olvidarlo.

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