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De responsabilidad política

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Curiosa comparecencia, la de los funcionarios responsables de la seguridad en las prisiones. Tras la fuga del delincuente, el Secretario de Gobernación se presenta orgullosísimo de su trabajo. La cárcel del ridículo internacional es presentada como un ejemplo para el mundo. Todo funcionó de maravilla. Se nos escapó "El Chapo" pero, aparte de eso, todo funciona como relojito. El político enlista el cumplimiento de todos los deberes de vigilancia penitenciaria. Es una cárcel certificada, repite presuntuoso. La fuga parece un detalle menor que no tendría por qué manchar la reputación de los funcionarios que tienen a su cargo la reclusión de los presos. El político incompetente se disfraza de burócrata escrupuloso. Coteja sellos, repite rutinas, sigue puntualmente el manual y se desentiende de la realidad. El efecto de la conducta le parece irrelevante. El comisionado de seguridad se extraña cuando se le pregunta si ha considerado la renuncia. El político responde con la excusa de oficinista: ¿por qué habríamos de renunciar si cumplimos con todos los "protocolos"?

Nada falló, dice el Comisionado de seguridad. Nada. La fuga fue un acto impredecible. Un acto fantástico, llegó a decir, encumbrando al delincuente a la categoría de artista genial, de superhombre. La leyenda del "Chapo" tiene en los voceros gubernamentales a sus mejores narradores. Han pintado la fuga como un verdadero milagro que escapa al poder del hombre. Peguntaría yo: ¿era en verdad impredecible que un topo recurriera nuevamente a sus pasadizos? ¿No se conocía su compleja infraestructura subterránea? ¿No fue su captura una constatación de una complejísima ingeniería del subsuelo? Lo notable de este cuento de la fuga inconcebible es que, al esconder su incompetencia, el gobierno endiosa al criminal. Para salvar cara, Osorio y Rubido convierten al delincuente en héroe, en semidios. Nadie había hecho tanto por exaltar al crimen como los funcionarios peñistas tratando de encubrir su ineptitud.

La irresponsabilidad de la clase política es tan grave como la impunidad. No son lo mismo, pero uno conspira con el otro. Impunes son los delincuentes que no reciben castigo; irresponsables los políticos que no sufren la consecuencia de su ineptitud. Cuando se habla del Secretario de Gobernación o del Comisionado de Seguridad como responsables de lo que aconteció en la cárcel del Altiplano se habla de una obligación de supervisar los trabajos de los subordinados, de dar la cara cuando fracasan, de asumir las consecuencias de fallas graves. Evidentemente, la responsabilidad de esos funcionarios no tendría por qué implicar una carga penal. El gobierno no le abrió la puerta al criminal para quedar en ridículo ante el mundo pero fue objetivamente incapaz de cuidar el hermetismo de la prisión. Sé que hablar de responsabilidad política es hablar un idioma incomprensible para el grupo gobernante. No se pide cárcel para Osorio, se pide desempleo.

En un gobierno donde no hay funcionario que asuma las consecuencias de su torpeza es la cabeza la que aparece débil, vulnerable, dependiente. Cuando los funcionarios permanecen en sus puestos a pesar de mostrarse ostentosamente incompetentes, es el jefe quien merece reproche. Lo dijo públicamente el presidente. Era tal su preocupación por la suerte del "Chapo" que preguntaba constantemente a su secretario de Gobernación si estaba bien vigilado, si podía garantizarle que no volvería a escapar de la prisión. El hombre que dio su palabra al presidente falló y no le pasó nada. No hay político que haya pagado con su puesto la fuga del "Chapo" Guzmán. Ningún político asume la consecuencia de ese gravísimo revés para el Estado y para la administración del presidente Peña Nieto. Nadie. El secretario y el comisionado ofrecen primero la excusa del burócrata y luego salen con el desplante del macho: estos no son momentos para renunciar, dice el Secretario de Gobernación. Son tiempos de valentía. No nos rajamos.

La responsabilidad política no puede esconderse en evasiones burocráticas ni en engreimientos machistas. Si quiere cuidarse la política hay que poner en práctica su ética. El político ha de responder por lo que provoca no por lo que desea ni por lo que hace. Esa fue la lección de Weber. Los deseos del político son irrelevantes. Sus actos importan mucho menos que el efecto de esos actos. Es inaceptable que un político se excuse diciendo que siguió el instructivo, para desentenderse del desastre que causa.

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