La capacidad intelectual del presidente y su equipo alcanza para que, cada vez que se les viene una crisis, nos receten un decálogo.
El nuevo, cuyo propósito dicen, es "fortalecer el Estado de Derecho, impulsar el crecimiento económico y combatir la desigualad", contiene medidas de chile, dulce y de manteca, que dejan en evidencia la visión fragmentaria de la realidad que les caracteriza.
Cierto, el nuevo decálogo no contempla medidas como la creación del 911, incluida en el anterior (noviembre de 2014). Ello no le resta frivolidad. Sigue siendo una colección de ocurrencias, de cosas que "suenan bien", pero que no van a solucionar los problemas de fondo. Ni los conocen.
Ahora, por ejemplo, salen con la tontería de que crearán un Programa Nacional de Inglés para alumnos de educación básica. ¿No tienen a la mano los resultados de la prueba PISA? ¿No se dan cuenta que el problema de la enseñanza en México es mucho más básico? ¿En verdad suponen que incrementando la carga escolar, nuestro país se va a "integrar en el mundo"?
Pero, el mayor problema del nuevo decálogo no está en su dudosa viabilidad sino en que su diseño supone extraordinarios ejercicios de fe por parte de una población cuya capacidad para creer ha sido minada por completo. Porque, seamos honestos, todo ese discurso del fortalecimiento del Estado de Derecho y de la concreción de "nuevas leyes para combatir el delito, la corrupción y la impunidad, así como para proteger los Derechos Humanos", no hay quien lo compre.
No hace ni un mes que nos "demostraron" - juran que así fue - que no hubo conflicto de intereses con lo de la Casa Blanca y la de Malinalco, ¿y resulta que vamos a creer que ahora sí, del presidente para abajo, respetarán el espíritu de la función pública y dejarán de tomar lo que no les corresponde? Algo similar pasa con el tema de la "austeridad gubernamental": ¿Cómo creer cuando recién nos enteramos de que Peña, de nuevo, gastó más de lo presupuestado en promover su imagen?
La banalidad de las medidas radica, también, en que el Ejecutivo federal supone que gracias al enorme prestigio que les precede, los inversionistas destinarán carretadas de dinero para que lo administren y mejore así la infraestructura escolar y productiva.
No, la única manera de encontrar sentido al nuevo decálogo presidencial, es pensando en el cálculo electorero que está detrás de cada medida. Visto así, comprendiéndolo como "pan y circo"… ¡Así, sí! ¡Son unos genios!