La equidad es el aceite que lubrica la maquinaria de la democracia. En condiciones de desigualdad -económica, educativa, jurídica, informativa, etcétera- el mecanismo falla, su engranaje se desgasta y se pierden toda bondad que ese sistema político pudiera generar.
¿Cómo elegir de manera adecuada si se tiene hambre o se pertenece a uno de esos muchos mexicanos -la mayoría- que no comprenden lo que leen? ¿Bajo qué criterios se razona el voto cuando se está bajo la amenaza de perder el trabajo, las pocas pertenencias o la posibilidad de subsistir a través de la dádiva gubernamental?
La democracia exige la toma de decisiones de la ciudadanía. El bienestar de la nación, inmersa desde hace mucho tiempo en múltiples y profundas crisis, demanda que se elija con sabiduría. Pero, ¿cuánta sapiencia se puede tener cuando se ignora incluso que habrá una elección?
De acuerdo al último sondeo del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados, dos de cada diez mexicanos ni siquiera están enterados de que mañana siete de junio habrá comicios y sólo cuatro de cada diez conocen la fecha precisa.
Habrá quien opine que es responsabilidad de cada ciudadano mantenerse informado. Pero, ¿cómo se le hace con los 5.4 millones de analfabetas, los 11.5 millones que viven en pobreza extrema o los 52.8 millones que tienen al menos una carencia? Los ciudadanos que se encuentran bajo tales circunstancias, así como muchos de los que laboran para los gobiernos federal, estatales y municipales, o que están afiliados a ciertos sindicatos no deciden, son obligados a votar y a hacerlo en un sentido específico.
La OCDE advirtió de manera reciente que la desigualdad se agravó en México en los años recientes. A mitad de los años ochenta diez por ciento de los más ricos ingresaba 22 veces más que el diez por ciento más pobre, en 2012 este proporción se disparó a 30.6 veces. No seamos ingenuos, son esos más ricos y poderosos los que deciden o para los que se decide. Si la inequidad sigue creciendo es porque se favorece con cada medida gubernamental procedente de "autoridades electas".
No es de extrañarse entonces que, de acuerdo al Latinobarómetro 2013, sólo 37 por ciento de los mexicanos confíe en la democracia y que la tendencia sea que cada vez sean menos los que mantengan su fe en ese sistema político.
No es en sí la democracia, es que en México jamás se le puso el aceite de la equidad a ese motor que, hoy por hoy, se encuentra desbielado.