Ver el cielo pintarse de violetas, naranjas, hasta llegar al rojo más intenso, es cosa de todos los días.
Unas cuantas enramadas con hamacas decoran el paisaje. Más allá, la vista apenas distingue mesas y sillas de madera. Del otro lado, ahí donde las olas bufan pero también revuelcan a los aprendices de surf, pasean los caballos, esperando que algún turista los monte para llevarlos a ver el atardecer.
Los días en Pie de la Cuesta, a 30 minutos de Acapulco, son lentos y llenos de momentos que se quedan tatuados en la mente, como ese hotelito llamado La Villa Nirvana. Una noche ronda los 475 pesos, garantizando una cama confortable, ventilador de techo y alberca, un servicio indispensable, pues el mar no es nada manso.
Hay más hotelitos, como Baxar, de estilo "ecoboutique", es decir, pequeño y cuidadoso con el ambiente. Su club de playa es famoso en la zona, quizá por tener camas colgantes bajo palapas y servir cócteles inspirados en las puestas de sol.
Otra experiencia que no se debe pasar por alto es un paseo por la Laguna de Coyuca, un santuario de aves y cocoteros al otro extremo de la playa, cruzando la carretera para ser exactos.
Los pequeños restaurantes ofrecen los recorridos desde 100 pesos por persona, tal es el caso de la palapa Yopes Ricarda, donde por cierto cocinan el mejor pescado a la talla y aguachile que haya probado en mi vida.
La misma Ricarda es quien atiende a sus clientes, los consiente instalando hamacas al lado de su mesa y consiguiendo cargas de leña por si quieren hacer una fogata, eso sí, tiene un costo de 150 pesos. También, se encarga de coordinar las salidas a la laguna. Además de observar aves, se puede explorar otros pedacitos de playa virgen, ideales para nadar como Dios nos trajo al mundo.
De junio a noviembre, como muchas playas del Pacífico, Pie de la Cuesta se convierte en la cuna de tortugas golfina. Este podría ser el pretexto para visitar la playa y así acompañar a esta especie en su primer encuentro con el mar. También, en diciembre, se puede ver el jugueteo de delfines y los saltos de las ballenas jorobadas.
Para lo que nunca habrá temporada es para los atardeceres. Ver el cielo pintarse de violetas, naranjas, hasta llegar al rojo más intenso, es cosa de todos los días. La alfombra de arena infinita siempre será la mejor butaca.