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Desintegrar la indignación

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

No hay institución democrática que sea inmune a la perversión. Cualquier regla, cualquier instituto, cualquier principio del pluralismo puede torcerse en beneficio del autócrata. Lo vio brillantemente aquel abogado francés que denunció las tretas del bonapartismo original imaginando la conversación de un ingenuo Montesquieu con Maquiavelo, el sabio. Maurice Joly supo muy pronto que el tirano puede encontrar respaldo en el voto. En aquel diálogo de muertos en el infierno, vio que se puede desarmar al congreso para hacerlo inofensivo sin necesidad de clausurarlo. Que la prensa puede ser domesticada sin meter a nadie en la cárcel. Si es cierto que la democracia es el gobierno de la opinión, será cierto también que es el gobierno de las apariencias.

Romper el cerco de los partidos ha estado en la agenda de la democratización desde hace tiempo. Con buenas razones se ha buscado terminar el monopolio que los partidos tienen de las candidaturas a los puestos electivos. Perforar la partidocracia parece una buena manera de oxigenar la vida pública, de inyectarle nuevos liderazgos, de acercar la representación a la gente. Sobre todo, es una amenaza creíble a las burocracias de los partidos que puede volverlos más atentos a los electores. Frente a la cartelización de nuestro régimen de partidos, las candidaturas independientes son un arma valiosa. No niego el avance que supone la apertura de ese camino para acceder a la representación sin pasar por la aduana partidista. Creo, al mismo tiempo, que son una fantástica herramienta para encubrir patrocinios y bendiciones y que pueden convertirse, paradójicamente, en la salvación de los partidos tradicionales, en especial, del más grande, del que tiene los votantes más tercos, del que cuenta hoy con el aparato federal. ¿Es inocente la súbita conversión de los priistas a la causa de las candidaturas independientes?

En la aparición de una o varias candidaturas sin partido en las próximas elecciones federales está depositada buena parte de la esperanza de los priistas para preservar el poder. No es física cuántica: la estrategia es desintegrar la indignación. En ese cálculo, las cosas marchan bien. La izquierda está peleada, del PAN puede salir algún tránsfuga. No faltan políticos profesionales que sueñan con limpiar su alma con una purísima candidatura ciudadana. El escenario es muy promisorio para el PRI.

Puede verse ya que la indignación será una energía definitoria en las elecciones venideras. No es un asunto exclusivamente mexicano. La política democrática en todas partes del mundo parece reproducir la misma confrontación: la tradición contra la audacia. La solemnidad contra la irreverencia; la cautela contra el atrevimiento. Los representantes de un sistema político y los que, desde fuera, quieren ocuparlo o destruirlo. Trump contra la corrección política; podemos contra la casta; Corbyn contra la entrega laborista; Bernie Sanders contra las estirpes. Muy jóvenes o viejos; acaudalados o modestos estas figuras capturan un ánimo de condena, de ruptura y, tal vez, de venganza.

Cuando la opción antisistema logra concentrarse en una figura, como sucedió recientemente en Nuevo León, puede convertirse en una alternativa imbatible, capaz de desmontar un bipartidismo, en apariencia sólido. En la medida en que las opciones de la indignación se multipliquen, tenderán a diluirse. Por eso los candidatos sin partido pueden salir a la salvación del PRI. Hay vanidosos que desprecian a los partidos que los han formado o que les permitieron llegar al gobierno y fantasean con la opción "ciudadana". No me hace falta un partido, dijo recientemente el alcalde la ciudad de México. Esos políticos fatuos pueden ser los tontos útiles de la elección por venir. Recibirán, sin duda, la bienvenida del partido en el gobierno porque a él servirán. A esos engreídos convencidos de que su carisma es tan arrollador que pueden prescindir de una organización estable, se pueden sumar muy pronto los farsantes: candidatos simulados al servicio de algún patrocinador. No sería extraño que en estos momentos se esté ya fabricando en alguna oficina pública un simulacro para pulverizar la irritación.

Nadie sabe a quién sirve. Las candidaturas independientes pueden ser la salvación del más desprestigiado de nuestros partidos políticos.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

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