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Desmesura e indiferencia

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

A los más nimios y los más trascendentes sucesos se les concede la misma importancia, talla y peso. En la homologación y homogeneización de ellos, todos pierden su matiz y diferencia... entonces, todo es igual y da lo mismo.

En la terrible confusión prevaleciente, donde incide el marasmo de los partidos perdidos en su laberinto y la falta de una política de comunicación que rebase el nivel de la declaración banquetera, el rollo de ocasión o la tarjeta informativa, reina y se profundiza el desencuentro nacional. En esa lógica, lo mismo importa si el presidente de la República se pone o no las calcetas al derecho, que si elude informar del estado que guarda el desastre nacional.

La política ha perdido el discurso y el diálogo gobierno-sociedad se reduce a un concurso de bots y likes. La única certeza es el avance firme y con rumbo al fondo del barranco nacional.

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La falta de respuesta seria de la autoridad federal, estatal o local a los problemas que la ciudadanía sufre o expone, así como su incapacidad de rectificar ante el error, vulnera los puentes del entendimiento. Al problema de la inseguridad pública, se suma la incertidumbre política, la inestabilidad económica y la explosividad social... pero, como todo se iguala, da lo mismo.

Del otro lado, los sectores más activos de la sociedad han convertido las redes sociales en el espacio de su participación, donde el protagonismo corona el esfuerzo de teclear. Unos cuantos caracteres resumen su militancia en las filas de la denuncia y la descalificación, cuando no del vituperio. Lo demás es lo de menos. Ni pensar en salir a la calle o tomar acción, basta contar con un celular.

La desconfianza norma el diálogo entre autoridad y sociedad, cuyo lenguaje es el de la incomprensión.

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La desmesura marca la crítica social y la negligencia o la indiferencia, a la reacción oficial.

Ejemplos de esa situación sobran. La opinión pública, al menos la expresada en las redes, celebra ver al gobernador Javier Duarte ante el fiscal, declarando sobre el multihomicidio cometido en la colonia Narvarte. Tal fama se labró el mandatario en relación con la prensa que, ahora, se dice víctima del linchamiento mediático.

En ese ejercicio, donde brilla por su negligencia el procurador capitalino, Rodolfo Ríos, que reduce sin explicar lo ocurrido a un asalto a domicilio, los defensores de la libertad de expresión y la hipótesis del atentado contra el reportero tiran de los cabellos a las otras víctimas: cuatro mujeres que, como Rubén Espinosa, tenían derecho a vivir. Su destino, el olvido. Culpa de ellas no ser periodistas para defenderlas con igual tesón.

El punto delicado de ese episodio es que desvincula ese hecho del problema principal: el malestar acumulado a causa de la violencia criminal, acicateada por la política de Felipe Calderón y seguida por el presidente Enrique Peña. Y viene la paradoja: Duarte declara por el multihomicidio de la Narvarte, pero no otro par de personajes que, igual, deberían comparecer ante el Ministerio Público. Tal es el caso del gobernador con licencia Ángel Aguirre Rivero que ni ante el espejo ha declarado por la desaparición forzada de cuarenta y tres estudiantes en la demarcación de su dominio y del exgobernador Fausto Vallejo que vive feliz y en paz con la familia, sin nada que decir de la tragedia en la que hundió a Michoacán.

De ese modo, los defensores de Rubén Espinosa como los padres de los muchachos normalistas van al baile donde la autoridad federal o local los quiere llevar: no reconocer el problema central y dar la lucha caso por caso, cuando la tragedia derivada de la violencia es general. Que cada quien cargue sus muertos.

La sociedad, las porciones activas de ella, no articulan su movimiento y la autoridad aísla la presión y, así, el Estado elude garantizar el derecho a la vida, a la integridad, al patrimonio y la libertad de la ciudadanía.

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Ese es un ejemplo, pero lo mismo ocurre en otros capítulos de la vida nacional. La desmesura y la indiferencia desvanecen la posibilidad de abordar a fondo los problemas y, vaya, que el listado es largo.

¿El traído y llevado presupuesto base cero debe recaer sólo sobre la política social? Vienen recortes sobre educación y la salud, no sobre las fortunas destinadas a partidos, órganos legislativos y, desde luego, al Ejecutivo, como tampoco sobre las ocurrencias legislativas que crean y crean estructuras burocráticas.

¿Se puede responsabilizar al Ejército, la Armada y la Gendarmería de las tareas donde la política falla? Es insensato que las Fuerzas Armadas cuiden tortugas, erradiquen el chikungunya, protejan turistas en las playas, garanticen elecciones, suplanten a la policía corrompida, asistan damnificados, abatan al crimen organizado y desorganizado y, de ser necesario, apresten el acero y el bridón si Donald Trump osare profanar con su planta el destino de los migrantes mexicanos. Cuándo se va a atender ese asunto que amenaza debilitar al Ejército y la Armada.

¿El eje de la política exterior consiste en visitar el mayor número de países posible, nombrar a amigos en las embajadas y enviar postales a la nación desde el lugar donde llegue el nuevo avión? La pérdida de peso de la diplomacia mexicana es evidente y, mientras el gobierno no defina y asegure su política en el interior, menos lo podrá hacer en el exterior. Viajar y viajar puede dejar fantásticos recuerdos, pero no proyectos serios. ¿Se abordará en algún momento ese problema?

¿Es tarea del Banco de México encarar el entorno económico y también capotear los yerros económicos domésticos? Es curioso cómo el banco central da la cara por problemas de los cuales debería rendir cuentas, en serio, la Secretaría de Hacienda.

¿Pueden los flamantes dirigentes del PRI y el PAN, Manlio Fabio Beltrones y Ricardo Anaya, censurar la política popular de Andrés Manuel López Obrador, sin decir ni pío de la política cupular que apadrinan sus jefes o sus antecesores?

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La desmesura de un lado, la indiferencia del otro no auguran un mejor porvenir.

Sobreaviso12@gmail.com

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