No hay ser humano sin pasado. No hay civilización sin historia. Antes de decidir lo que queremos hacer de nosotros mismos, es necesario saber quiénes somos. Y para saber quiénes somos, debemos entender quiénes fuimos; quiénes fueron los que estuvieron antes que nosotros. Lo mismo ocurre con las sociedades, los pueblos, la humanidad entera. Si de algo sirve la Historia, es para eso, que no es poco. Por ello la Historia y sus acervos físicos o espirituales son patrimonio. De los individuos, de los pueblos, del mundo en su conjunto. La preservación en el presente de los vestigios del pasado es un imperativo ético de quien aspire a llamarse civilizado. Preservación para el aprovechamiento de los que estamos pero, sobre todo, de los que vienen. Descuidar o acabar con la Historia es cancelar la posibilidad de un futuro más decente que el presente y mucho mejor que nuestro pasado.
Por perversión, ignorancia, fanatismo, negligencia o ambición -grandes enemigos de la memoria histórica-, se ha perdido para siempre una buena parte de la huella de pueblos y culturas que han contribuido a forjar lo que somos. La aniquilación de la Cartago ultramarina por la crueldad de Roma. La destrucción de la última biblioteca de Alejandría por el fanatismo cristiano. El saqueo de los tesoros de los pueblos originales de América y África por las ambiciones del imperialismo europeo. Apenas pincelazos del enorme cuadro de la catástrofe de nuestra memoria. Un cuadro que hoy, con todo y nuestra soberbia tecnológica y científica, continúa ennegreciendo sus espacios. Como muestra, tres ejemplos actuales, en tres distintos niveles.
Hatra, ciudad dos veces milenaria, fue fundada durante la Siria de los Seléucidas en el siglo III antes de nuestra era. Cuando los partos la tomaron, la convirtieron en uno de sus principales centros religiosos y comerciales. Resistió dos asaltos romanos y fue la capital del primer reino árabe. Sus vestigios eran reconocidos como una muestra representativa de la arquitectura de los partos. En 1985 fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. El asentamiento hoy está ubicado al norte de Irak, en la región ocupada por las fuerzas del llamado Estado islámico. En marzo pasado, Hatra fue arrasada por los yihadistas quienes ya habían destruido las piezas del Museo de Mosul. No conformes con esparcir el terror y la muerte en el Medio Oriente, su perversión y fanatismo los lleva a querer acabar con los vestigios de las grandes civilizaciones de la zona.
En México, un caso. El Tortuguero, en el municipio de Macuspana, es uno de los sitios arqueológicos mayas más importantes de Tabasco. Entre los siglos VI y VIII fue una pieza clave en la expansión de los dominios del reino de Palenque. Recientemente cobró relevancia por la famosa Estela 6, en la que se identifica la fecha que marca el fin de una era en el calendario maya y que muchos interpretaron como una profecía. Bajo el cobijo de la negligencia de las autoridades, empresas extractoras de piedra de cantera han ido acabando con el lugar de forma sistemática. Así, la ambición de unos cuantos ha triturado 400 años de historia maya en el sur tabasqueño.
Al norte del país, una ciudad joven como Torreón ha sido víctima también de la destrucción de su patrimonio. Entre los saldos negros que ha dejado la ola criminal de la segunda mitad de la década pasada a la fecha está una parte de nuestra historia. En 2010, El Siglo de Torreón denunció el saqueo y la destrucción de la que fue objeto el antiguo edificio de la Compañía Jabonera La Unión, una de las primeras empresas instaladas en la ciudad. Fundada en 1900, esta compañía contaba hasta hace muy poco tiempo con valiosa documentación y objetos relevantes para ayudar a armar el rompecabezas del surgimiento de la actividad industrial de la región. El saqueo se dio cuando el sector en el que se encuentra estaba prácticamente tomado por un grupo del crimen organizado. Se estima que del edificio original apenas quedó un 30 por ciento. Hoy, sobre las ruinas que dejó la ignorancia, se construye un complejo cultural y deportivo.
Puede parecer trivial hablar de conservación del patrimonio histórico en medio de la tragedia humanitaria que se vive en buena parte del mundo por la guerra, el terrorismo, la voracidad o el crimen organizado. Puede parecer trivial, pero no lo es. La destrucción de la riqueza cultural, por la causa que sea, hace más grande esa tragedia, la multiplica, le da nuevas dimensiones. Porque no sólo en esto se pierden vidas humanas, pérdida ya de por sí dolorosa. También se pierde su memoria, la creación colectiva de todo un pueblo. Privarnos de este tesoro de la historia humana significa quitarle un pilar a nuestro porvenir. Destruir el pasado es una forma de condenar el futuro.