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Don Julio Scherer, el eterno reportero

PATRICIO DE LA FUENTE
"Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos":— Julio Scherer.

"Los anteojos son superficiales. El alma es como es", recordó la voz joven de un viejo Oswaldo Guayasamín, pintor excepcional, acerca del retrato que le hizo y sobre Luis Echeverría, expresidente de México.

Julio Scherer, quien jamás dejó de ser reportero ni abandonó su afán curioso, le preguntaba a Guayasamín lustros después, de Echeverría.

Sobre los encuentros con Gustavo Díaz Ordaz, perseguido, acomplejado y víctima de fantasmas mucho antes de Tlatelolco, Scherer escribió: "Dos esferas minúsculas por ojos, las pestañas ralas, a la intemperie los dientes grandes y desiguales, la piel amarilla, salpicada de lunares cafés, gruesos los labios y ancha la base de la nariz, así era don Gustavo Díaz Ordaz".

Es, en gran medida, un retrato del poder político y del periodismo en el siglo veinte, pero también Los Presidentes, -de las obras que escribió, quizá la que más me gusta- pinta de cuerpo entero a su autor, a Julio Scherer García. Y es que los periodistas, idealmente, no deben ser "noticia" ni figurar demasiado. Es hasta cuando escriben otras cosas, cuando se comienzan a permitir ciertas licencias.

Ello lo supo, y bien, el autor del libro. Ayer murió a los 88 años y con él se va una generación de profesionales que sabían del oficio, que eran señorones en toda la extensión de la palabra y de los cuales, hoy ya casi no queda ninguno.

Inoculados desde siempre por la tinta, el olor a papel y el ritmo cardiaco y trepidante que se siente y necesita por quienes han estado en una redacción, sentido el vibrar de una rotativa, y que lo llevan en la sangre hasta el final de sus días.

Porque eso es ser periodista, un trabajo donde se goza y se padece y punto, sin medias tintas. No hubo para Julio Scherer ni para tantos otros, medianía. El oficio lo llevas en la piel, en el alma, en todo tu ser. Así quieres que te entierren, en la línea de batalla al igual que un actor anhela morir sobre un escenario.

Vicente Leñero el gran amigo que se fue hace escasos dos meses, y ahora Scherer, su compañero de grandes aventuras, del Excélsior que consignó 1968, el de los cartones de Abel Quezada y los meses tristes después de la matanza. Luego, la ignominia y la frialdad de un Paseo de la Reforma donde caminaron, expulsados del rotativo, víctimas de la simulación de Luis Echeverría.

Posteriormente, Proceso y su época más gloriosa. Vino después el retiro si es que lo hay para un reportero del calibre y la talla de don Julio. Porque en esencia no te vas, sigues de mil formas en alerta e involucrado con la noticia.

No puede un periodista desentenderse por completo de lo que pase. Profesiones antagónicas pero entrelazadas entre sí, que se necesitan mutuamente, a los políticos y a los periodistas sólo los retira una cosa: la muerte.

De Julio Scherer se escribirá mucho, miles de líneas. No obstante el paso del tiempo y las barreras generacionales, para varios de nosotros; de distintas formas, fue una especie de padre o mentor que puso muy en alto el oficio y que nos deja un tanto descobijados en medio de tiempos difíciles.

De Julio Scherer hoy pretendo rescatar el que considero fue su gran y mejor legado: el de equilibrista, porque supo mantener relaciones cordiales con el poder político y al tiempo, sana distancia.

En una profesión donde conozco ejemplos de sobra de quienes encima del interés periodístico, la noticia y el consignar lo que observamos como verdadero, anteponen sumisión al poder; Julio Scherer será recordado como un hombre y un periodista decente y recto.

Nos habrán gustado o no sus posturas y la línea editorial de los medios en donde fue participante, pero la verdad es una y muy sencilla: con Julio Scherer intentaron varias veces, pero fracasaron en el intento de comprarlo y de que regateara su criterio al mejor postor.

Y es precisamente esa independencia, esa escuela que aprendí desde mis primeros trabajos gracias a Don Antonio de Juambelz y Bracho y a las generaciones que le precedieron en el oficio, es lo que más le admiré siempre y sobre todas las cosas a Don Julio Scherer García, el eterno reportero.

Así lo recordaré. Buen viaje y muchas gracias, maestro.

Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto

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