Además. La muestra estuvo en abierta en el Museo José Luis Cuevas; el escultor crea la obra a partir de 3 elementos: la figura humana, el ángulo y el bicho.
Nos doblamos, nos torcemos, giramos y nos desviamos. Somos oblicuos, angulados y sinuosos. Dependemos de una dirección que se presenta constantemente borrosa pero que nos doblega, y de un querer cuya interpretación se nos complica. Por eso nuestros movimientos son el imposible baile que Manuel Marín ha capturado en la obra La señora de las moscas, que recoge, en las fotografías de Nicola Lorusso, la exposición presentada en 2008 en el Museo José Luis Cuevas a las que acompaña un texto de Mario Perilli, coeditada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Auieo Ediciones.
Contra el ángulo, así parece que Manuel Marín encuentra a las criaturas que imagina, es decir, arrinconadas pero obligadas a moverse por un impulso incesante, por una especie de comezón existencial que las hermana con el insecto.
La representación de una condición la consigue el artista a partir de tres elementos, la figura humana, el ángulo y el bicho: Mujeres y hombres, mujeres/hombres, vestidos, desnudos, semivestidos, semi desnudos; pieles de todos los colores, ropas en las que se recorre la gama de tonos.
El juego con los ángulos obliga a nuevas perspectivas no sólo para los protagonistas, cuyas posturas deben acomodarse al espacio, a veces también parece que están intentando escapar del límite, sino también para el espectador cuya participación en el juego es necesaria para concretar el movimiento de las figuras.
La señora de las moscas es un libro con el efecto de caja china, se multiplica en sí mismo, prolifera, igual que su tema. Un edición de lujo.