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Educación y negocio

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

El presidente del Tecnológico de Monterrey, Salvador Alva Gómez, declaró que el actual modelo de educación superior en México "requiere ajustes muy importantes, porque tal y como está no funciona, incluso, ni para conseguir un empleo".

Su visión coincide con la del Instituto Mexicano de Competitividad, según la cual realizar estudios universitarios "ya no es rentable, ni garantiza buenos estudios ni un buen posicionamiento en el mercado laboral, debido a la proliferación de instituciones de baja calidad".

Lo triste es que no están revelando nada nuevo. Hace demasiado tiempo que la mal llamada "educación superior" en México es primordialmente un negocio que deja jugosas ganancias a los propietarios de las "comercializadoras de títulos" y a la alta burocracia de las secretarías de educación, federal y estatales, que no tienen el menor inconveniente en expedir Registros de Validez Oficial de Estudios.

Bueno fuera que ese negocio al menos cayera en manos de un buen comerciante, uno que reconozca la relevancia de lo educativo y que, por lo tanto, no diera "gato por liebre". Pero no, una mayoría abrumadora de los mercaderes de la educación, no tienen escrúpulos de ninguna especie. Hablan sin pudor de la calidad educativa y de la excelencia académica, aunque sus aulas estén plagadas de mediocridad y simulación.

Hay, claro, contadas excepciones. Pero lo habitual en la vida de un universitario actual es enfrentarse a un aparataje montado para cobrarle y para enmascarar la realidad a través de la inflación de calificaciones y la facilitación de los mecanismos para la obtención de grados.

Pululan por doquier "profesionistas" que no saben leer, escribir o realizar operaciones matemáticas, pero que pagaron puntualmente sus cuotas. Nada de eso importa a los mercaderes si sus bolsillos están rebosantes; tampoco al gobierno si puede salir al mundo a presumir que la escolaridad de los mexicanos va en aumento.

Para colmo, los padres de familia permanecemos callados. La simulación parece no importarnos en la medida en que no nos afecte de manera directa. Vaya, hasta festejamos los "triunfos" escolares de nuestros hijos pese a que jamás los hayamos visto estudiar seriamente. Creemos que el único 10 auténtico, es el de nuestros hijos; aunque 17 de 20 egresados se gradúen con mención "¡¿honorífica?!".

¡Que muera la educación y que viva el negocio! Esa parece ser la consigna. ¿Y el país y sus jóvenes? ¿A quién le importan?

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