En nuestra ciudad hay algunos anuncios de los llamados "espectaculares", de la Secretaría de Educación Pública, en los que se muestra a un matrimonio joven con sus hijos y una leyenda que dice "edúcalos para que sean iguales". El anuncio debería decir "edúcalos para que sean mejores". Como lo dijo Alfonso Reyes en su Cartilla Moral: "El progreso humano es el ideal al que todos debemos aspirar, como individuos y como pueblos, nuestras esperanzas de mejoramiento deben ser constantes, sin quimeras.
La familia debe ser la primera formadora de valores en los hijos, para que sean mejores que los padres. Los padres de familia deben estar comprometidos para darle a sus hijos lo mejor de sí mismos, sus propios valores. Primero con el ejemplo, y después con una buena orientación para que ellos los practiquen e incorporen a su vida en forma de hábitos. Cada uno de los hijos representa una tarea única, sin par. Por ello, el liderazgo "artesanal" de los padres es lo más parecido a una obra de arte que se trabaja particularmente y que se termina cuando cada uno de los hijos aprende a navegar en la vida por sí mismo.
Además de querer que sus hijos crezcan sanos y que puedan disponer de ciertos medios materiales para su vida y que sepan usar bien su libertad, los padres deben aspirar a que posean ciertos valores morales y espirituales que les permitan ser personas verdaderamente integras, completas y plenas, comprometidas con la sociedad y dispuestos a ser buenos ciudadanos. El permanente respaldo afectivo de los padres supone aceptarlos como son, pero moldearlos para que sean mejores que los propios padres. Se les debe dedicar a los hijos tiempo suficiente, no basta dedicarles poco tiempo "pero de calidad", es necesario que la cantidad de tiempo sea proporcional a las necesidades de los hijos.
El cultivo de los valores en los hijos no se realiza de un solo golpe, es un proceso largo que se lleva a cabo poco a poco, por pasos, con continuidad, con perseverancia y sin descanso aunque a veces haya cansancio. Es entrega acrisolada que aspira a forjar a los hijos, preparándolos para afrontar las contrariedades de la vida.
El clima del hogar debe caracterizarse por el amor mutuo y la confianza entre hijos y padres, que llevan a luchar cada día con el propósito de hacer mejor todo y de mejorar personalmente en un constante comenzar y recomenzar en el que los unos se apoyan en los otros, logrando la fortaleza del conjunto. Nada de lo que pase a alguien en la familia puede ser ajeno a los otros. Y más cuando se trata de algo que pasa a los hijos. Por eso los padres los deben llevar en su cabeza y su corazón vayan donde vayan y pase lo que pase. Eso les llevará a ser buenos observadores, a vigilar con el corazón y a mostrarles que muchas veces, la libertad se obtiene como fruto de una entrega propia generosa.
El desarrollo de valores en la familia se basa en la espontaneidad y la libertad. No se les imponen, se les anima e impulsa de manera explícita a vivirlos consciente y deliberadamente e implícitamente reciben otros a través del ejemplo de los propios padres y también de los maestros y se les hace sentir la satisfacción de vivirlos y se les reconoce su esfuerzo cuando los llevan a cabo.
Los valores esenciales- fe, amor, libertad, justicia, laboriosidad, respeto, amistad, etc.-deben echar sus raíces en la vida familiar bajo la tutela de los padres y de los familiares mayores. El colegio refuerza esos valores y les ofrece otros. Trabajar por el arraigo de lo esencial y fundamental, sin dar importancia de más a lo accesorio o secundario.En una sociedad que se caracteriza por el consumismo y por la aspiración a la vida cómoda y fácil, al confort y al bienestar material y a creer que el dinero lo puede todo, adquiere mucha importancia el educar en la sobriedad y en hábitos de templanza y moderación, y hacer ver a los hijos el valor de la austeridad y de la sencillez de vida, del desprendimiento de lo propio para acudir a satisfacer las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres y vulnerables.
Si los padres ahogan a sus hijos en la abundancia de cosas superfluas corren el riesgo de descuidar lo más importante: orientación, afecto y criterio. La mejor manera de comprobar si van por buen camino en ese sentido es ver si los hijos son generosos entre sí, si se preocupan de sus compañeros en el colegio, si tienen ojos para descubrir el dolor, las penurias y las dificultades que viven personas que muchas veces pasan cerca de ellos.
El compromiso es vital para su vida. Ser personas comprometidas es aprender a manejar la propia libertad y a respetar el valor de la palabra dada, que se basa en el amor a la verdad. La libertad no es sólo elegir las cosas o planes que les gustan. También que vean que son libres comprometiéndose con lo que hacen, especialmente con sus estudios. Obedeciendo, respetando a la autoridad, cumpliendo las leyes y normas de la convivencia y los dictámenes de su razón.
El amor es condición sine qua non en la familia. Es un fuego que mantiene encendido el hogar. Si se apaga o falta, se crean grandes infiernos familiares. El amor, como el fuego, se alimenta de cosas pequeñas, de detalles y como a las plantas, se le debe regar para que crezca. Quien no sabe estar en los detalles de la vida de los hijos, se alejará de ellos lentamente.
El mejor regalo de los padres a los hijos es educarlos en una fe comprometida y activa, con base en su propio ejemplo, para que comprendan el sentido de la gracia y se conduzcan como buenos hijos de Dios (independientemente de la religión que se profese) y hermanos de las demás personas, que practiquen la oración, como alimento de su vida interior.
En la familia se dan los primeros pasos de la solidaridad, en contacto con los padres y con los hermanos, con los demás parientes y personas relacionadas con el hogar y con los vecinos y la comunidad. Ser solidario no es sólo un sentimiento superficial de compasión por los males ajenos es sentirse parte en sus necesidades y colaborar en su solución.
Nadie está libre de equivocarse al educar los hijos. Por eso rectificar en esos momentos es también un ejemplo para ellos. Y no echarles nunca en cara sus defectos o errores, ni guardar rencores, ni manifestar preferencias.
Si los hijos ven en el colegio continuidad de lo que han aprendido en sus hogares, se les hará más amable y atractivo vivir los valores. Lo importante es que la educación que reciban se dirija a formar su carácter y a que sean personas íntegras y el día de mañana excelentes profesionales y ciudadanos líderes para servir y querer a todos, sin discriminaciones y con sentido de justicia.
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