El camino hacia el arte
La academia de San Carlos es el referente principal tratándose de pintura en México situándonos en la época posterior a la guerra de Independencia, el panorama era prometedor ya que había recursos que aseguraban la estabilidad económica de la Institución y se trabajó por traer a maestros expertos para impartir clases, entre ellos ya se encontraba en el país Pelegrin Clavé quien invitó al italiano Eugenio Landesio, él sería maestro de pintura y perspectiva de José María Velasco, el pintor por excelencia del paisaje mexicano, sin embargo Landesio también era un paisajista reconocido.
No obstante la historia de Velasco en la pintura no inicia propiamente en San Carlos, fue en la Escuela Primaria Divina Providencia en la cual descubrió su gusto por la pintura, pero tuvo que dejar de lado el dibujo para tomar otras ocupaciones, como trabajar con sus tíos paternos. Pero los cursos nocturnos y posteriormente los regulares en la Academia sumergieron a Velasco en el ambiente que tanto le gustaba, entre sus maestros se encontraron: Santiago Rebull, Manuel Carpio, Landesio, entre otros, quizá el último de ellos generó alguna influencia sobre él hacia el paisaje, después por su propia cuenta estudió geología, física y otras materias, lo que puede tomarse como indicio de un interés propio hacia el paisaje y la naturaleza.
La pregunta es ¿qué hace al paisaje mexicano tan atractivo? Ya que Velasco no fue el primero en considerarlo; Egerton, Pingret, Linati o Waldeck ya habían probado con la panorámica que ofrecía el valle de México, cabe destacar que Velasco era el único nacido en la ahora joven nación independiente y que sin duda el talento y gusto de plasmar el paisaje en su característico estilo y el canon académico resultaron en una bella forma de pintar no sólo la vista desde algún punto del valle, también la atmosfera agradable y llena de vida que ocurre en la escena, sus pinturas no son cuadros en los cuales nada ocurre y están estáticos ante la mirada del observador, al contrario son muestra de movimiento, de vida, de cambio, de la naturaleza radiante y de cómo las personas interactúan en ese ambiente real y cambiante.
Entre sus obras se encuentran: "Valle de México desde el cerro de Santa Isabel" de 1875 en el cual tres cuartos del cuadro comprenden el valle y las faldas del cerro, se aprecia de manera clara la vegetación y las rocas del centro bañadas por la luz que proyectan sombras en la parte inferior derecha del cuadro, lo que resalta actividad que se realiza al lado contrario; una mujer y un niño caminando, quizá el trecho que llevan recorrido desde la ciudad que se ve a la distancia. Otro punto dinámico en el cuadro es el cielo, las nubes que delinean sombras tenues en el suelo y dejan claros en los cuales el observador puede buscar algún detalle que se haya perdido entre la escena completa. "La Alameda de México" 1866 en este cuadro hay más personas pero la actividad no se limita sólo a un grupo de ellos, describe la interacción cotidiana que se da en la Alameda, como centro de encuentro aunque la actividad humana no restringe la importancia del paisaje que más que un fondo que enmarque las acciones es parte activa de lo que ocurre.
La pintura de Velasco es el paisaje digno de admirar, de sumergirse en los detalles y las diferentes escenas que cobran vida en la medida que se observa cuidadosamente cada espacio del lienzo al encontrarse con pequeños elementos que llenan de vida la obra, en los cuales nos muestra el talento del autor y cómo transcurría el tiempo en México con sus costumbres y formas de vida que han sido inmortalizadas por las hábiles manos de José María Velasco.