El cerebro de Einstein
La tentación era muy fuerte y el patólogo Thomas Harvey no la resistió. Ese día, 18 de abril de 1955, había muerto el científico más famoso de la historia y él realizaba su necropsia. Sabiendo que el cadáver sería cremado y las cenizas esparcidas en el río Delaware, Harvey se apoderó del cerebro del autor de la Teoría de la Relatividad sin contar con el permiso de los deudos, diciendo que lo hacía en aras de la ciencia. Después de todo, era imperativo examinar a fondo ese encéfalo pues quizá allí residía la clave de la genialidad. Lo pesó (1230 gramos), lo fotografió desde todos los ángulos posibles y luego procedió a dividirlo en 240 partes, de un centímetro cúbico cada una. No encontró ninguna diferencia significativa y guardó la mayor parte del cerebro en un par de frascos con formol. No obstante, en 1978, 23 años después de la extracción, el periodista Steven Levy, sabiendo que Harvey había realizado la necropsia del genio se planta ante él y le cuestiona sobre el paradero de su cerebro. Acorralado, el patólogo, que para entonces vivía en Wichita, Kansas, extrajo sorpresivamente de una arrumbada caja los frascos con el cerebro anhelado.
Por supuesto, ese hallazgo, que el periodista Levy consideró casi como una experiencia religiosa, fue difundido con prontitud por la prensa norteamericana. Reporteros de numerosos medios asediaron a Harvey para obtener más información. Al poco tiempo, investigadores especializados requirieron muestras para examinarlas. Asimismo se analizaron todas las fotografías existentes. Sus conclusiones fueron muy diferentes. Aquel cerebro sí era especial. Tenía una cantidad mayor de células gliales (que sirven de soporte a las neuronas y que se vinculan con los niveles de las sustancias neurotrasmisoras). El lóbulo parietal inferior era 15 por ciento más ancho de lo normal. Esa zona participa en el pensamiento matemático y la cognición visoespacial. Se encontró además que el cuerpo calloso que une e intercomunica los hemisferios cerebrales (el izquierdo analítico y el derecho intuitivo) también era mayor. Tal vez eso se relaciona con el asombroso espectro mental de Einstein pues este ciertamente era un científico duro, acostumbrado al análisis más riguroso, pero también fue muy intuitivo, sabía sacar provecho de su portentosa imaginación (le bastaba cerrar los ojos para visualizar con todo detalle complejos sucesos y resolver abstrusos problemas) e indudablemente poseía una elevada sensibilidad artística. Einstein amaba la música clásica, sobre todo la de Mozart, y no se conformaba con escucharla, ya que además la interpretaba tocando el violín y hasta podría decirse que lo hacía de un modo admirable, si se considera que no era un músico profesional.
Por otra parte, ya Harvey había observado que la cisura de Silvio, hendidura que separa el lóbulo frontal del temporal y el parietal del occipital estaba truncada en el cerebro de Einstein. Un artículo de la neuróloga Sandra Witelson, publicado en la prestigiada revista científica The Lancet, planteó la posibilidad de que ese hecho propiciara también una mejor interconexión cerebral. Neurocientíficos destacados como la doctora Laurie Hall de la Universidad de Cambridge, aseveran que exámenes con resonancia magnética de otros cerebros con una cisura similar determinarán la validez de esa hipótesis.
No todo era superior en el cerebro de Einstein. Las regiones involucradas en el lenguaje y la habilidad verbal tenían un desarrollo menor. Eso es congruente con lo que aparece en biografías confiables del eminente físico. Bien se sabe que en su niñez sufrió represiones y burlas por su escasa facilidad de palabra. Einstein siempre aseguró que él razonaba mejor visualmente que de manera verbal.
Tras la muerte de Harvey en el año 2007, los restos del cerebro de Einstein se repartieron entre varias instituciones académicas. Sin embargo sólo en el Museo Mütter de Filadelfia hay una exposición permanente de algunos de ellos.
La verdad no se sabe si ese cerebro fue causa o efecto del extraordinario trabajo de Einstein. Lo que debe importarnos es su aportación sin igual para comprender mejor el universo.
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