El Che hace 48 años
Hace 48 años, el 7 de octubre de 1967, Che Guevara escribió sus postreras notas en el diario donde registraba las andanzas del grupo guerrillero que comandaba. Al día siguiente moriría después de su último combate en la sierra de Ñacahuasú, Bolivia.
Su muerte no detendría su inmortalidad, pues ya crecía incontenible desde su participación en la Revolución Cubana al lado de Fidel. El propio Fidel escribe en el prólogo a El diario del Che en Bolivia: “Pocas veces en la historia, o tal vez nunca, una figura, un nombre, un ejemplo, se han universalizado con tal celeridad y apasionante fuerza.”
Pero figura y nombre del Che no se inmortalizaron gracias a frivolidades ni tropelías sino por la fuerza trascendente de sus actos de amor a la humanidad. También lo dice Fidel: “Che y su ejemplo extraordinario cobran fuerza cada vez mayor en el mundo. Sus ideas, su retrato, su nombre, son banderas de lucha contra las injusticias sobre los oprimidos y los explotados […]”
Su retrato y su nombre, ciertamente, se han universalizado. Sin embargo es lamentable que muchas veces aparezcan prevaricados por la ignorancia y la indiferencia que los estampan indiscriminadamente en receptáculos aun contrarios a lo que en esencia simbolizan.
La efigie del Che, la de la fotografía de Alberto Korda, de realismo desdibujado por el alto contraste o la reproducción “a línea” -como antes se decía en el fotograbado y la tipografía-, circula incansable por todo el mundo y a bordo de los más diversos vehículos.
La foto del Che aparece como calcomanía en carros, como serigrafía en la mochila del estudiante, como estampado en la playera, el cuaderno, la cartera, el broche, el bikini y hasta como tatuaje. A pesar de todo, la imagen, como la memoria de sus actos, están por encima de toda prevaricación.
El uso de la imagen del Che como figura que adorna sin significar, despojada, de su carga semiótica, en gran medida expresa también la trivialización y la superficialidad de la época contemporánea, colmada de diversiones vacías.
El auténtico significado de la imagen del Che es el del héroe popular que alcanza ese rango por su entrega absoluta a la tarea inmensa de transformar el mundo para convertirlo en una realidad de justicia y dignidad, de solidaridad humana y desenajenación.
El ejemplo del Che es el de quien propone una manera de vivir distinta a la actual que se ha significado con la afirmación de que el hombre es el lobo del hombre, metáfora que trasluce la idea de que algunos seres humanos se convierten en depredadores de sus semejantes.
El ideal de creer que la humanidad es capaz de elevarse a un estadio superior y de que en su desarrollo conlleva la posibilidad de edificar la Utopía donde impere la solidaridad, un mundo de socialismo depurado, es decir, altas concepciones del ser humano, llevaron al Che al extremo.
Esos ideales humanistas lo sostuvieron como comandante de la guerrilla en Bolivia a pesar de indisciplinas de sus compañeros, de su padecimiento del asma, de las flagelaciones de la vida silvestre, entre ellas las del hambre y de la sed (que también los otros guerrilleros padecieron).
Esos ideales, esa ideología revolucionaria es la que muchos ignoran aunque acompañen su cotidianidad con la efigie del guerrillero socialista. Ignoran que al Che lo impulsaba el altísimo ideal que es querer convertir a la humanidad atávica en una humanidad nueva, solidaria, feliz por ser solidaria, no feliz por satisfacer su egoísmo irracional, hedonista, bestial.
El Che y sus compañeros que lo siguieron en la guerrilla socialista en Bolivia actuaron con la convicción que él expresó en la anotación de su diario el 8 de agosto de 1967: “este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana”.
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