EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

El cigarrillo

GILBERTO SERNA

El cigarro encendido entre los labios, con la brasa en un extremo, al estilo de Humprey Bogart, artista holliwudense allá por los años cuarenta, denotaba tranquilidad mientras cuidaba la marmita donde se fundían metales. El calor se desprendía de un anafre donde ardía mansamente el carbón al rojo vivo. La vista del fumador estaba irreparablemente clavada en las llamas azuladas que hacían crepitar lumbre. De vez en cuando se acentuaba el resplandor alrededor de la parte baja del rostro al aspirar el humo que dejaba salir con suavidad gozosa por sus conductos nasales. Entonces era cuando cerraba un ojo y entrecerraba el otro al sentir el escozor del humo. Sus pensamientos lo mantenía distante en espera de que la temperatura del metal se fundiese. Él era Ramón Cortinas empleado del negocio funerario, al que le decían El Refugiado.

Esa primera imagen es la que recuerdo de mis primeros días que llevo grabada y llevaré hasta el final de mi vida.

Traté al igual que otros maniacos del cigarro de cambiar al puro, por aquello de que no le da uno el golpe, pero la mera verdad es que a las primeras de cambio sentí un deseo de vomitar y un mareo que me obligó a sentarme en el suelo para no caerme: por lo que volví al cigarro, no obstante sus consecuencias. La terrible adicción al tabaco trae consecuencias que no le deseo a mi peor enemigo, El enfisema, una enfermedad que obstruye el ingreso del oxígeno a los pulmones les espera a los chacuaqueros. Es lo más antinatural que puede existir ¿quién ha visto otro animal que no sea el ser humano lanzando bocanadas de humo por boca y nariz?

No, no se crea, que no pueda acabar de una vez por todas con ese feo vicio mental, me contaba un viejo fumador mientras tosía tan desgarradoramente que no estaba yo seguro no arrojaría los pulmones en el acto; lo que sucede es, decía convencido, que cuando me decida a dejarlo, lo haré, ¿qué demontres?, y agregaba muy ufano, tan seguro estoy de ello que varias veces lo he dejado anteriormente.

Al leer uno sobre las leyendas que obligaron a sus productores a ponerle en la parte exterior de las cajetillas el peligro que encierra el fumar, tampoco produjo el resultado deseado. Los consumidores tan sólo se dijeron a sí mismos: ¡bah! pamplinas.

Confieso que me inicié cuando empecé a cursar la secundaria, hace ya más de medio siglo atrás, y lo dejé después de transcurrido el inicio de esta centuria dejándome secuelas que no he podido superar del todo.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1140535

elsiglo.mx