Su valor no consiste en lo que cobran quienes lo venden sino las deliciosas sensaciones que produce en el que lo conduce. Es el coche soñado a cuya adquisición aspira cualquiera que cuente lo menos con 120 mil dólares en el bolsillo de su chaqueta. No hace mucho, a lo sumo hace un par de años, un amigo me llevó en su auto invitándome a dar una vuelta. Se le notaba orgulloso de lucir su auto, por el rabillo del ojo notaba la envidia que me había despertado el verlo apoltronado en el asiento del piloto. Tomó el volante como si lo estuviese sopesando, acariciándolo mientras encendía el motor que empezó a ronronear como lo hace un minino frotándose el lomo en los faldones de un pantalón. Es una sensación inigualable que yo, pobre mortal, nunca había experimentado.
El sumum del orgullo se pintaba en el rostro del padre al presuntamente regalarle a su vástago un lujoso auto deportivo, lo cual dijo después, al descubrirse la compra, que era una broma que le jugaba a su hijo en esta Navidad. Debo decir, en honor a la verdad, que es un buen padre, que se preocupa por que su descendiente no se traslade en la ciudad arriba de un autobús del servicio público, revuelto con el proletariado, ego con la chusma, por lo que preocupado por su bienestar le envió por conducto de Santa, un vehículo de alta calidad. Subió a su cuenta de Facebook una foto, sabiendo de la impunidad que priva en este país para los que transgreden el orden público, diciendo: "que bien que Santa Claus te llevó mi regalo mijo. Cuídalo eh," (Sic).
Mientras, se dice, las autoridades abren pesquisas para determinar la procedencia de los recursos con los que se habría adquirido el vehículo. Desde ahora les digo no encontraran malversación de fondos públicos. Se lamenta el escándalo.
La verdad es que el papá de esta historia hizo la compra a la luz pública. No trató de ocultar el hecho. Los legisladores del PAN Y del PRD que criticaron el derroche de recursos pueden dormir tranquilos, se hará justicia. Si no se vuelve a saber qué pasó después, no desesperen. Ambos funcionarios, padre e hijo, renunciaron a sus cargos actuales, ¿qué más se puede pedir? Ni modo que se les busquen billetes debajo de los colchones, sería inútil; el que compra un coche del mayor lujo sabe donde puede estar a salvo su patrimonio bien o mal habido. El servicio público, creo, en estos tiempos es el mejor escondite. Además sería como buscar antifaces en un nido de mapaches.
No todos los que prestan sus servicios en la burocracia son trácalas. Sería injusto generalizar. Debe haber gente honesta, es decir, los hay no tengo la menor duda. Lo que sucede es que actualmente abundan los que piensan que los precios de los automóviles modernos son unas bagatelas si los comparamos con lo que gasta un mexicano en un antro en estos días de alegres fiestas en que se rememora la venida del mesías. No se fijan en que el buen Jesús nació en un pesebre y que de grande los lomos de un asno era su único vehículo. La templanza es la virtud cardinal que recomienda moderación en la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. Los académicos la definen como sinónimo de moderación, sobriedad y continencia.