oyendo es como se aprende a hablar y luego,
hablando es como se aprende a callar".— Diógenes Laercio
Prensa independiente, prensa "afín" al gobierno, comunicadores probos y también los que viven del chayote y los cañonazos "de a cincuenta mil pesos oro", como decía el general Obregón. Casi todos coinciden en que la renuncia del titular de la Conagua, David Korenfeld, es necesaria.
Su permanencia en el cargo, lo que antes era un plus para el presidente Peña, hoy lo lastima y también pone en jaque la credibilidad de una administración que sin duda, no atraviesa por buenos momentos.
Diversas encuestas publicadas por distintos medios de comunicación, señalan una estrepitosa caída en la popularidad presidencial, y en sus índices de aceptación frente a la opinión pública. Coinciden no sólo los ciudadanos, sino también líderes y todos aquellos que inciden en el proceso de toma de decisiones del país.
El tema con David Korenfeld, cabe aclarar, no es asunto personal ni se queda en algo que claramente ha metido en enormes aprietos a Enrique Peña Nieto, sino también retrata los tiempos actuales y el extravío de valores, que como sociedad observamos en el transcurso de los últimos años.
Ahora, más que nunca, a la administración peñista en todos sus niveles, le urge una dosis de discreción y meter orden. Las conductas ampulosas y de franca ostentación en las que incurren varios miembros del Gobierno y muchos de los que participan en la vida política del país, con justificada razón molestan a gran parte los mexicanos.
Antes, el encanto de la discreción y el recato, se observaban incluso dentro de una clase política que indebidamente y con frecuencia aprovechaba su posición para hacer negocios y "meterle mano a la caja", pero que por lo menos guardaba cierto pudor y cuidó las formas a la hora de despacharse con la cuchara grande, y gozar de las mieles del poder.
Hoy, tanto políticos como los pertenecientes a las clases privilegiadas, aquellos con acceso a un nivel de vida y a un poder adquisitivo que la mayor parte de los mexicanos jamás tendrán, se han dado a la tarea, tal parece, de restregarle a esos millones de ciudadanos que muy poco tienen, las posibilidades que el dinero les da.
Porque para algunos, tener dinero no sólo es la posibilidad de viajar, de vestir ropa cara, de comer y beber en los mejores restaurantes del mundo, sino la de delinquir, la de sentirse intocables y por encima de la ley, y con el acceso a los "conectes" y los grandes negocios. Ese dinero entendido como poder, como pasaporte a la impunidad y claro, el maldito afán de presumirlo a través de redes sociales.
"Mientras más, mejor", el leitmotiv de una nueva camada de mexicanos dispendiosos, exhibicionistas y con una enorme necesidad de atención pero por igual, víctima de inseguridades y complejos que buscan tapar a partir de patrones de comportamiento recurrentes, predecibles y francamente, chocantes.
Antes se les llamaba "nuevos ricos"; ahora, según apunta el escritor Ricardo Raphael en su espléndido libro "El Mirreynato", se trata de una camada que trasciende el ámbito de las clases privilegiadas, de la política y la administración pública, y que es ya un fenómeno que se mimetiza y replica en todas las esferas, en cualquiera de los órdenes, y evidencia degradación social.
David Korenfeld, víctima o no de las circunstancias, es tan sólo la muestra o botón de una conducta que se extiende a lo largo del país. Es un modo erróneo y a mi juicio patético, de comportarse y conducirse por la vida, con ese halo de falsa superioridad y el poder que a quienes son por naturaleza inseguros, les da el dinero, los grandes logos de marca en el cinturón y los estampados del "pony" en las camisas, y todo lo demás que con "Master Card" sí se puede comprar.
No, la discreción, el encanto y la sencillez, ésas no están perdidas. Son propias de las personas educadas y bien nacidas y eso, querido lector, en ningún momento tiene que ver con el dinero. No, la clase tampoco la compras con "Master Card". Aunque traten, los políticos no pueden adquirirla a billetazos, bendito Dios. Con ésa, con ésa se nace…
Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto