Atestiguamos a diario imágenes del horror. La reiteración del drama nos acostumbra a sus efectos. No vemos personas, sino despojos, trozos que pertenecen a una serie ajena a los irrepetibles destinos individuales: cabezas, manos, heridas, cadáveres amontonados. Esa carnicería de restos sin sujetos se integra a la estadística y es clasificada con cifras que transforman una vida en remanente orgánico. En Colombia se les llama "NN" a los muertos no identificados y en Estados Unidos la patrulla migratoria se refiere a los cadáveres hallados en la zona fronteriza como "Body Count" (el conteo de los cuerpos).
Ha muerto tanta gente en la "guerra contra el narcotráfico" que resulta difícil hacer un ejercicio de restitución de lo que ahí se ha destruido. Sin embargo, en los últimos años el periodismo mexicano ha dado pruebas de excepcional entereza para adentrarse en algo más dramático que la crueldad: las esperanzas que se pierden con la sangre. Marcela Turati logró un trabajo pionero al narrar las historias de las víctimas en su libro Fuego cruzado. Recientemente, Javier Valdez Cárdenas se ocupó de Los huérfanos del narco, el país de ausencias donde crecen miles de niños. En esa línea se inscribe Ayotzinapa. La travesía de las tortugas, que registra la vida de los estudiantes normalistas antes de su desaparición forzada el 26 de septiembre de 2014. Con un pulso narrativo excepcional e impecable sentido de la empatía, jóvenes periodistas, integrados en el colectivo Marchando con Letras, recuperan las trayectorias de los estudiantes de Ayotzinapa. El oprobio no desaparece en este recuento de vida cotidiana; al contrario, sólo al conocer las ilusiones, los gustos, los temores, las manías, los sueños, los amores, los conflictos y las supersticiones de estos jóvenes entendemos lo que se perdió con ellos. El libro recuerda una obra clásica del periodismo: Hiroshima, de John Hersey, que cuenta la vida de seis sobrevivientes de la bomba atómica antes del estallido (al conocer sus actividades ajenas a la guerra se comprende mejor la magnitud del genocidio: los seis que se salvaron muestran lo que importan los 166 mil que fallecieron).
En toda tragedia, las víctimas pueden ser criminalizadas como causantes de su propia desgracia o beatificadas como seres ajenos a toda responsabilidad. Lección de ética, La travesía de las tortugas rehúye ambos extremos. La noche de Iguala, como la detonación de la bomba en Hiroshima, es lo que viene después de esas páginas. El cometido de los cronistas consiste en recrear vidas para medir el tamaño de su pérdida.
¿Cuántos muertos se necesitan para que un país reaccione? Una sola infamia debería hacernos repudiar el mal. Al respecto escribe Jacques Derrida: "La muerte proclama cada vez el final de mundo en su totalidad, el final de todo mundo posible, y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irreemplazable y por lo tanto infinita".
Cada muerte alude a una destrucción absoluta. Por eso al filósofo argelino le atrae tanto el verso de Paul Celan: "El mundo se ha ido; debo cargarte". Llevar el peso de un cadáver implica la desaparición del mundo.
Mientras La travesía de las tortugas se presentaba en la Feria del Libro del Zócalo, en un puente de Iztapalapa colgaba un cuerpo. Los asesinos le vendaron el rostro y le colocaron una máscara para borrar su identidad. Algunos transeúntes pensaron que era un muñeco.
En El País, Jorge F. Hernández reflexionó al respecto: "El hombre vendado revela que Iztapalapa tiene vía crucis ocultos durante todo el año y no solamente en la multitudinaria recreación anual de la Pasión de Cristo", y añadió que en la zona abundan "algo más que rumores" sobre "las bodegas para el abasto y tránsito fluido de todo tipo de estupefacientes". Como al destino le gustan las coincidencias, José Luis Abarca, presidente municipal de Iguala, fue detenido en ese sitio en compañía de su esposa.
Cada Semana Santa, en el Cerro de la Estrella se alzan las tres cruces del Gólgota y Jesús dice ahí sus últimas siete palabras. Sede del sacrificio teatral, Iztapalapa lo es de la violencia real.
Un cuerpo anónimo apareció colgado. El sitio que le sirvió de patíbulo demuestra que en México las promesas no se relacionan con los hechos. Se llama "Puente de la Concordia".