Como si respondiera a un plan premeditado y articulado, la clase política calienta el caldo social del malestar, llevándolo al punto de ebullición donde la ira norma la conducta. Estadio donde los cimientos de las instituciones se quiebran y las investiduras adquieren la calidad del andrajo.
Desde luego, es imposible creer que en tal despropósito se haya unido la élite política, pero su actuación hacia allá apunta.
La calificación de quienes el régimen señala como sus dirigentes van a la baja, al punto de reprobarlos, pero no sólo eso: la misma percepción comienza a tenerse de las instituciones que aquellos representan. El hecho es peligroso. Pueden fallar las personas o pueden fallar las instituciones, pero no ambas. Cuando eso ocurre en el umbral de una tormenta, la palabra catástrofe no puede ignorarse.
Sin liderazgos ni confianza en las instituciones, el malestar social puede transformarse en furia y la expresión de ésta frecuentemente es impredecible.
***
Hoy, vastos sectores de la sociedad no sólo no se advierten representados por el gobierno y los partidos sino traicionados por ellos, mientras -en la contraparte- al gobierno y los partidos los embarga un sentimiento de incomprensión por parte de la sociedad. Tal desentendimiento pero, sobre todo, el fracaso de la comunicación entre ambos polos amenaza con la ruptura o, bien, con el endurecimiento en su trato.
Semana a semana algún acontecimiento agranda la distancia entre sociedad y élite dirigente. Ya no importa la dimensión y el carácter del suceso en curso, todo entra en el costal del descreimiento o, bien, cae en las redes sociales que alientan sin articular el malestar de la gente. Y a los poderosos les aterra caer en las redes, son un fantasma que los espanta: reaccionan ante el susto, pero no frente a la realidad que, ésa sí, los coloca ante un predicamento cada vez más grande.
***
El análisis de la circunstancia se dificulta entonces. Se puede tomar el asunto de la semana, pero la parte no explica al todo. Se pueda abordar el tema relevante aunque, en el fondo, no se contribuya a comprender el momento: la coyuntura que golpea ya la estructura nacional.
Cada semana, por no decir a diario, un asunto -por lo general, una calamidad- tapa al anterior sin que éste haya sido resuelto o superado.
Esta vez, el terrible multihomicidio de la colonia Narvarte voló la tapa de la olla exprés del caldo social, donde hierve el malestar. La autoridad, en este caso el procurador Rodolfo Ríos, no atina a explicar lo ocurrido y, en ese marco, las conjeturas toman a su cargo concluir lo sucedido. Tal es la impunidad criminal que, sobre su manto, las especulaciones danzan.
***
Ese suceso encubrió otros igualmente importantes. La lista de esos otros acontecimientos es larga.
Uno. Lo ocurrido el martes hacia la una de la tarde en Los Pinos, donde las señales enviadas sobre quién debería encabezar al partido en el poder giraron ciento ochenta grados y terminaron por señalar a Manlio Fabio Beltrones como el joven indicado para tomar las riendas del partido tricolor y quien, como ahora se estila, tendrá por cuña a una mexiquense, la diputada Carolina Monroy. Miedo o prudencia.
Dos. El desastre al que el perredismo intenta sobrevivir haciendo brillar la hoja de los cuchillos o el concurso donde el panismo reitera que importa cuanto ocurre dentro del partido y no fuera de él. Con entusiasmo la oposición inútil se mira el ombligo.
Tres. El nombramiento, aún extraoficial, de Miguel Basáñez -hombre apreciable- como embajador de México ante Estados Unidos sin que al Senado le apure no estar enterado ni le interese mayor cosa el asunto.
Cuatro. Los desplantes del exsubsecretario de Relaciones Exteriores, Sergio Alcocer, a quien no le importa mostrarse como el enviado del gobierno a ocupar la rectoría de la Universidad Nacional y, aún hoy, se vale del apoyo de su exjefe, José Antonio Meade, para posicionarse en el concurso que precipita.
Cinco. La loca pretensión de los mandatarios estatales de darle reconocimiento legal a la Conferencia Nacional de Gobernadores que los agrupa, sin importarles quebrar la vértebra de los poderes establecidos.
Seis. La depreciación del peso frente al dólar pese al aumento de la inyección de divisas al mercado y que, a la postre, podría desatar presiones inflacionarias aunque, de momento, no se perciban del todo.
Y la lista podría alargarse porque las calamidades anteriores siguen ahí, esperando turno para reavivarse.
***
A esos grandes sucesos se añade la cotidianeidad que sazona el malestar.
Un policía, pese a estar siendo grabado en video, no duda en aclararle al automovilista objeto de su extorsión que no le pide tres mil, sino cinco mil pesos. Una mujer, dueña de un salón de belleza, muere de un tiro en la cabeza por no pagar el derecho de piso. Un joven estudiante es encarcelado porque una maleta con droga y su nombre lo condena. Un funcionario contrata a su empresa privada en la dependencia pública donde trabaja. Un delegado saliente esconde el padrón del ambulantaje de donde deriva su ingreso extra. Un ratero da el cristalazo porque, a su entender, esa actividad forma parte del catálogo de oficios tolerados por la autoridad.
Todo sin mencionar el paisaje urbano de esta o aquella ciudad que coincide con las grandes calamidades. La falta de luz, la sobra de baches, la conversión de las esquinas en basureros, el deterioro de los muebles urbanos, la turba de vendedores en los cruceros, las banquetas, los transportes...
Ese es el paisaje al abrir la puerta de la casa, el horizonte lo perfila la élite política que se desentiende de cuanto está sucediendo y actúa como si su capricho o interés no tuviera por qué considerar la realidad.
***
A qué hora hervirá el caldo del malestar social, quién sabe. Lo que sí se sabe es que la élite política toma las decisiones al ritmo que el calendario o las circunstancias le marcan, ajena por completo a la urgencia de reaccionar ante su descalificación y la pérdida de credibilidad en las instituciones.
sobreaviso12@gmail.com