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El momento que no llegó

SALVADOR KALIFA

Ya perdí cuenta del número de veces que nuestras autoridades han dicho "esta vez es diferente", al hablar de las perspectivas de México. Uno de los casos más patéticos fue el del gobierno de José López Portillo, quien prometió una era de administración de la abundancia ante la expectativa de un aumento importante de los ingresos petroleros, pero que a la postre culminó con una crisis económica y financiera sin paralelo en nuestra historia moderna.

Enrique Peña Nieto, con la reforma energética, también ofreció al inicio de su mandato un futuro muy optimista, donde vislumbraba un crecimiento de la economía superior al 5 por ciento a partir de 2017. Estamos apenas a la mitad de su gobierno, pero considero que dicha posibilidad se ve cada día más remota.

Por un lado, el petróleo no tiene cualidades milagrosas y con un precio que ronda los 40 dólares por barril, no despierta mucho entusiasmo por invertir en su explotación, sea en México o en cualquier otra parte.

Aun si el gobierno relajase los requisitos que hicieron fracasar la ronda reciente de licitaciones, la cotización del crudo desalentará a los más osados productores que ni por asomo materializarán los sueños descabellados de algunos funcionarios públicos, que en momentos de delirio, hablaron de que entrarían a nuestro país 20 mil o más millones de dólares anuales de inversión en ese sector.

Por otro lado, los cambios estructurales que verdaderamente contribuyen al aumento de la productividad y al crecimiento económico, en especial los referentes a los campos laboral y educativo, son a todas luces insuficientes. Lo mismo puede decirse del freno a la actividad económica derivado de la ausencia del estado de derecho, la violencia y la criminalidad, así como de la rampante corrupción, que para muchos ciudadanos pasó de ser inevitable a intolerable.

No confundamos, por tanto, una transformación profunda de nuestro país, que sigue pendiente, con el accidente histórico (la política monetaria laxa de los países desarrollados) que facilitó la entrada de capital externo, tanto aquí como en otras naciones emergentes, con la expectativa de que se materializaría un crecimiento acelerado de sus economías.

Los inversionistas consideraron que México, en particular, sería muy beneficiado por las reformas y la recuperación de la economía de Estados Unidos, pero no fue así. El gran problema de países como el nuestro es que siempre acaban por decepcionar a los inversionistas. En nuestro caso, el llamado "Momento México" nunca llegó.

El crecimiento de la economía ha sido muy bajo, apenas superior al incremento de la población, mientras que los resultados de las reformas estructurales han dejado mucho que desear. De hecho, más que avances podemos detectar retrocesos en algunas de ellas, como la educativa, donde el gobierno cede una y otra vez a las presiones y chantajes de los sindicatos de maestros, en vez de aplicar la ley y hacer una limpia, que mucha falta hace, en nuestro sector educativo.

El tiempo ya se nos vino encima. La segunda mitad de esta administración tendrá que navegar contra corriente. Contará con menores ingresos petroleros, tiene una deuda pública abultada, ya no se beneficiará de bajas tasas de interés, subirán sus gastos financieros y deberá encontrar la forma de hacer realmente atractiva la inversión en energía en nuestro país, aunque sea para que hacia el 2018 y años subsiguientes entren algunos miles de millones de dólares en ese sector.

Una de las preocupaciones más grandes en el corto plazo es la reacción del capital externo ante estas realidades. Por años ese capital vino a nuestro país a financiar el endeudamiento creciente del gobierno y a elevar el precio de las acciones en la Bolsa Mexicana de Valores.

Las economías emergentes como la nuestra, que fueron un imán para el capital externo, ahora se ven como grandes perdedores y un mal destino para ese capital. En efecto, los inversionistas que entraron a México de 2010 a 2014 con la expectativa de obtener mayores rendimientosen instrumentos de deuda o en acciones, se topan hoy con la amarga realidad de que sus ganancias en papel desaparecieron de un plumazo por la depreciación del peso.

Lo peor es que no queda claro si podrán recuperar lo perdido y ganar algo en el futuro cercano, o si tendrán todavía que aceptar pérdidas adicionales por unos años más. La respuesta a esta disyuntiva dependerá de que tan pronto se estabilice el precio del dólar lo que, a su vez, estará en función de la política monetaria y la velocidad con la que el gobierno corrija su desequilibrio fiscal.

En síntesis, no sólo no llegó el "Momento México", sino que además le esperan tiempos complicados al gobierno de Peña Nieto y a la economía de nuestro país.

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