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El optimismo del suicida

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Quien pone fin a su vida imagina la muerte como alivio. Después del tiro, el reposo dulce de la nada. El termina su existencia con la esperanza de un sueño interminable. Dejar de ser es visto como el consuelo definitivo. El gobierno de Peña Nieto se ha puesto una bala en la sien. Ha decidido dejar de ser imaginando que su sacrificio calmará al monstruo que lo extorsiona. No ha cambiado de política, ha renunciado a hacer política. Es, a partir de ahora, un trapo en el piso. Los gobiernos se suicidan cuando claudican a su sentido elemental: gobernar, cuando se someten a la intimidación, cuando violan la ley que han impulsado para pagar la extorsión. El gobierno de Peña Nieto se ha suicidado. La nota suicida, por supuesto, no dice nada.

El difunto se había presentado desde su nacimiento como el gobierno de la audacia reformista. Eso quedó asentado en su acta de nacimiento: un gobierno que se atreve a encarar a los intocables, que logra acuerdos para desanudar el enredo del pluralismo. Esa era la cara que presentaba constantemente en México y afuera. Un gobierno resuelto y eficaz que -ya no se puede decir sin burla-movía a México.

La reforma educativa fue algo más que su primera iniciativa y su primer logro: fue la palanca de su credibilidad. Un gobierno que se atrevía a tocar un poder como el de los sindicatos magisteriales e insertaba criterios de mérito en el proceso educativo merecía respeto. El gobierno construyó una alianza poderosa que lo apoyaba desde la izquierda a la derecha para afirmar el interés común por encima de las ganancias corporativas. Parecía que la administración rompía con las antiguas complicidades y se tomaba en serio la causa de la calidad. Entendiendo la relevancia simbólica del enfrentamiento, el gobierno optó por enfatizar la radicalidad de la ruptura. Si el gobierno nació con la reforma educativa, ha muerto con ella.

Hablo de la muerte del gobierno peñista porque quiero respetar lo que ese mismo gobierno dijo de sí mismo. Porque no ha habido ocasión en que esa administración no ostente la determinación reformista como su razón de ser. Si esa ha sido su carta de presentación debe aceptarse que la ha deshecho. La claudicación reformista es una abdicación.

El Secretario de Educación pintó la reforma como un acto de refundación del Estado mexicano. Esos fueron los términos con los que se describía su importancia histórica. El Estado, carcomido por los intereses gremiales, era rescatado por el gobierno federal. Se expulsaba a los roedores que se habían apoderado de la casa y se asentaba, finalmente, su dueño legítimo. Con su melosa grandilocuencia, el Secretario habló de los cambios como si fueran la restauración de la república. Estamos recuperando, dijo mil veces, la rectoría del Estado en materia educativa. En esos términos la defendió también el presidente Peña Nieto. El argumento era, en realidad, más político que educativo.

El gobierno recuperaba las riendas de la política educativa y, a partir de ello, fundaba plataforma para el interés común. La palabra Estado fue crucial en ese vocabulario porque enfatizaba una reconquista de lo público. El gobierno de Peña Nieto se plantaba de ese modo, en una exitosa refundación del Estado. De ahí la dimensión de la derrota. En un telegrama vergonzoso, el gobierno federal proclama que el Estado ha sido sojuzgado por sus antiguos ocupantes.

La entrega del gobierno es la derrota más seria, más profunda, más pública del Estado mexicano en muchas décadas. No solamente es una sumisión, es también una ofensa institucional, una aparatosa ilegalidad. El gobierno anuncia escuetamente que ha decidido no cumplir la ley... porque le da la gana. Merece reconocimiento el instituto de evaluación educativa que ha reaccionado dignamente para protestar por el atropello constitucional. La protesta ubica el sentido de la derrota: la CNTE logró imponerse sobre la Constitución y la ley. Consumó un golpe de Estado. El gobierno resultó su cómplice.

La claudicación educativa es un llamado a los zopilotes. Un gobierno que carece de esqueleto ético y de firmeza política es un banquete para los poderosos. Sindicatos y empresas le han tomado ya, medidas al cadáver. El camino está trazado. Harán con el fiambre lo que quieran. Si así muere la reforma educativa, así se corromperán, seguramente, las otras. La receta es clara: intimida y vencerás. Carente de cualquier autoridad moral desde los escándalos de fines de 2014, el gobierno de Peña Nieto carece ya de prestigio político como máquina de eficacias. Se sobrevive a sí mismo como un gobierno corrupto y sometido. Inconfiable y humillado; un gobierno dócil y sobornable. Por cierto, le irá bien en las elecciones del domingo.

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