La visita de Francisco a Cuba y Estados Unidos marca un hito en la historia contemporánea del Continente Americano. Más allá del liderazgo religioso que ejerce el Sumo Pontífice sobre poco más de 1,200 millones de católicos, la figura del jefe del Estado Vaticano ha cobrado una renovada trascendencia moral y política en el poco tiempo que el argentino Jorge Mario Bergoglio lleva en el trono de San Pedro. Como jesuita y primer Papa hispano y originario del Nuevo Mundo, Francisco se ha empeñado en construir un discurso acorde a los tiempos críticos por los que atraviesa nuestra casa, el planeta Tierra. Y ese discurso fue desplegado con claridad y fuerza durante su visita a América.
En La Habana, Francisco habló sobre la necesidad de dar una oportunidad a la reconciliación en medio de una atmósfera de “guerra mundial por etapas” que se vive en los tiempos actuales. Cruentos conflictos como los de Siria, Yemen, Irak, Nigeria, Egipto, Afganistán, Palestina y Ucrania, que han provocado una oleada masiva de refugiados sin precedentes en los últimos 70 años. La amenaza creciente del extremismo musulmán que ha encontrado en el Estado Islámico al más sanguinario de sus exponentes. Las tensiones crecientes entre las potencias, Estados Unidos y Rusia, y China y Japón, que han hecho resurgir con fuerza el fantasma de la guerra fría. Todos son asuntos que desafían día a día la viabilidad y el futuro de una comunidad internacional en paz.
En contraste, el acercamiento que Estados Unidos y Cuba han tenido en los últimos meses luego de más de medio siglo de ruptura diplomática, abre la puerta a la esperanza del diálogo y el entendiemiento. Y en este acercamiento, Francisco jugó un papel fundamental y es por eso que su visita cobra un sentido aún más relevante.
La claridad y contundencia del mensaje lanzado frente al Congreso de los Estados Unidos un día después, ensombrece las críticas que motivó el que no se haya reunido con disidentes cubanos. En el primer discurso que un jefe del Vaticano da ante el Poder Legislativo de la primera potencia mundial, el Sumo Pontífice dejó cuatro grandes retos a los congresistas: contribuir a construir una sociedad más tolerante e incluyente para con los inmigrantes; trabajar para garantizar la protección al medio ambiente y la sostenibilidad del desarrollo de las generaciones futuras; enfrentar con determinación la creciente brecha de la desigualdad socioeconómica, y abolir la pena de muerte vigente en 32 de los 50 estados de la Unión Americana. Planteamientos trascendentes para una sociedad que vive en estos momentos el resurgimiento de las peores expresiones del conservadurismo, como lo son la xenofobia, el racismo y el clasismo.
La intervención más esperada de la LXX Asamblea General de la ONU fue la del Papa, quien en un largo mensaje denunció, entre otras cosas, la hipocresía de las naciones que por una parte promueven la paz y, por la otra, permiten la proliferación de armas de destrucción masiva; la pobreza en el combate al flagelo del narcotráfico que destruye sociedades enteras, y la asfixia a la que son sometidos los países subdesarrollados por parte de los organismos financieros internacionales que no les dan cabida en la toma de decisiones.
Francisco no podía dejar de tocar un tema que sobre todo en Estados Unidos es muy sensible: los abusos sexuales cometidos por curas contra menores de edad. A las víctimas y sus familiares, en Filadelfia, prometió llamar a rendir cuentas a los responsables de este reprobable y criminal comportamiento. Con esta postura, el Papa no sólo deja una importante enseñanza en el mensaje sino también en los hechos, al asumir una posición autocrítica sobre los grandes errores de quienes conforman la Iglesia Católica. Una postura que da forma a la frase que soltó a los congresistas norteamericanos, pero que resuena para todos los líderes políticos del mundo: “un buen político siempre opta por iniciar procesos en lugar de sólo poseer espacios”.
