Las batallas se ganan con…dinero, solía decir Napoleón. Imagino que también con ideas, coraje, estrategia, astucia, oportunidad, valor. Pero de que se requieren recursos monetarios, nadie lo duda.
Cada vez se gasta más, con el tiempo, la manera de hacer las cosas van perdiendo inocencia, se va "profesionalizando". Hoy en día, el peinado, las fotografías, el calzado, la manera de sentarse, todo, absolutamente todo lo que implica la actuación de los candidatos en una campaña "profesional", está regida por un ejército de especialistas, de expertos que van dirigiendo cada paso. Será por eso que todos los candidatos se van pareciendo, se van amoldando a un patrón que nos molesta de tan común, de tan estándar. Los candidatos empiezan a parecerse mucho unos a otros, como los rostros femeninos después de una cirugía plástica diseñada para tratar de engañar al tiempo y retroceder las manecillas. No lo logran. Se ve, a leguas, que acaban de someterse al dictado del bisturí. En lugar de engañar al público con el arreglo cosmético, ingresan al selecto club de los rostros parecidos, de los gestos estandarizados, de ese rictus incómodo que lleva el sello de los iniciados en una extraña y costosa fraternidad.
Así se ven los candidatos. Todos sonrientes, acicalados, fotoshopeados, hermosos. Me pregunto qué dirán sus madres, las heroicas ciudadanas que los parieron, que los amamantaron, que los educaron. Qué pensarán, ¿se arrepentirán de haberse lanzado a los brazos de su pareja para concebir a semejante esperpento? ¿Votarán por ellos, por sus propios hijos? ¿Sentirán feo cuando ven que su segundo apellido, el de ellas, el que tanto cuidó su padre, el abuelo materno del candidato, aparece en el centro de las burlas, de los ataques, de la mofa? ¿Qué soñaran por la noche, qué fantasmas irrumpirán en sus fantasías, que imágenes aparecerán en su imaginación reclamando semejante desviación de la historia familiar hacia aguas tan turbias? ¿Quién diseñó este perverso sistema que resulta tan eficiente a la hora de arreglar las voluntades y ordenar los criterios? ¿Qué época estamos viviendo en la que el precio que se le pone a las cosas, a las acciones, acaba siendo más importante que el objeto, el hecho que iba a tasar inicialmente?
Las campañas han elevado estratosféricamente su precio, ahora sí que cuestan mucho dinero, mucho más que el razonable y holgado tope legal que el sistema electoral ha impuesto. Cálculos elementales colocan el valor real de las campañas… en diez veces la cantidad permitida por la ley. El que no gasta…no gana.
Los conocedores pronostican un índice de votación cercano al 48%, o sea que un 52% de los electores permanecerá en su casa, no asistirá a votar.
¿Cómo es ese 52%? ¿Cómo piensa esa mayoría silenciosa? ¿Qué porcentaje de ellos de plano no tiene idea de qué es el país o para que sirve votar? Calculo que un 12% se encuentra en esa lamentable situación. Si tomamos en cuenta que el partidazo tiene su sustento electoral en el rango más desfavorecido de la población, en los compatriotas que comprometen su voto a cambio de un bulto de cemento, de un tinaco de Rotoplás o de un monedero con recursos depositados cada mes, aceptamos que tan sólo un 12% de clientela se les escapa. Con ese 12% no hay nada que hacer en el corto plazo, en el tiempo que dura una campaña. El otro 40% de los llamados abstencionistas, ¿Cuántos tendrán consciencia social y razonan, con certeza, que a fin de cuentas esto es una dictadura que vale la pena no avalar? ¿Cuántos pensarán así? ¿Un 20%, un 30%? Digamos que un 25% saben lo que hacen. No van a votar porque no quieren avalar al sistema.
Son un segmento sumamente interesante. Ese 25% no requiere que se gaste mucho dinero en ellos, no necesita que se haga una campaña extensiva. Tan sólo quieren ver autenticidad y que la propuesta sea coherente con su pensamiento. Todos tienen credencial de elector, así que están habilitados para ejercer el sufragio.
Ese 25% de los ciudadanos es el mero eje de la carreta. Si despiertan, cambian el resultado de la elección.
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