Así hay que empezar un buen escrito, agradeciendo. Realmente es muy poco lo que merecemos, el resto se nos da a manos llenas. El aire que respiramos, la luz que peina las hojas de los árboles, el cariño de nuestra familia, la amistad de nuestros más queridos, la salud de nuestros padres, el futuro de nuestros hijos, la oportunidad de trabajar y ganarse el pan. Hay que dar gracias por todo, todo el tiempo.
Hoy quiero dar unas gracias algo extrañas. Quiero agradecer a alguien que me agradeció, que me devolvió el agradecimiento que le estaba expresando al decirme que él era quien daba gracias por tener la oportunidad de darme su entrega. Suena raro, parece ecuación de segundo grado, la imagen rebotada de un espejo, el eco de un comentario lanzado al infinito y que el acantilado regresa intacto. "El agradecido soy yo por lo que estás haciendo" me dijo después que le agradecí la aportación que hizo para mi campaña, la primera que recibo, además una ayuda bastante sustanciosa, justo para arrancar. "Deberíamos de participar en política todos" me dijo emocionado, "le hemos dejado el manejo de lo más importante a una bola de impreparados y faltos de visión, las consecuencias están a la vista. Lo que estás haciendo es lo que deberíamos de hacer ya todos, estas abriendo un camino que mañana muchos van a seguir. Te arriesgas a perder tu buen nombre y eso no te detiene. Lamentablemente no encontré quién quisiera participar, no quieren nada con los partidos políticos. Quise formarte una estructura y no tuve respuesta. Por dejar la política en manos de los políticos, por dedicarnos únicamente a manejar nuestros asuntos personales, nuestros negocios, nuestras organizaciones, estos cuates nos han instalado grilletes en las manos, en los pies, y sin darnos cuenta, nos hemos ido convirtiendo en sus esclavos, así de claro, así de terrible. Así que no me agradezcas la aportación que te estoy haciendo, el agradecido soy yo."
Ya no le quise contestar, así dejé la conversación, no la quise echar a perder. Las fibras más sólidas de mi ser se conmovieron, se rehidrataron, ahí estaba el sentido de la vida. Agradecer al que hace algo que te beneficia de alguna manera, es reconciliarte con la vida, con el sentido último de la existencia. Agradecer al que aporta algo a la comunidad ya sea en la forma de un canto, de un producto, de un servicio, de un esfuerzo, de una postura. Todos somos parte de algo. En lo individual somos imperfectos, estamos aislados, nuestras herramientas son insuficientes, no completamos para llevar a cabo nuestra misión. Es en comunidad que resolvemos nuestras deficiencias, nuestras limitantes. En grupo resolvemos nuestras carencias, superamos la insuficiente amalgama de nuestros talentos. Asociados, complementamos nuestras virtudes y formamos una escalera que puede llegar muy lejos.
Además, como si pudiera agregar algo, todo surgió de la lectura de mis escritos. No fue el compromiso de tener al amigo frente a frente en la oficina, negociando, convenciéndote de que es importante tu participación. No fue la presión ejercida desde afuera, no fue el no poder zafarte y tener que entrarle. Fue fruto de la reflexión profunda de un lagunero sopesando las ecuaciones que acotan nuestra existencia, ahí, en silencio, en soledad, en paz, en contacto con su yo interior.
No le puedo pedir más a la vida. Que un ser humano, bueno como lo somos todos, entrañable como lo somos cuando queremos, amable y decidido, me haya hecho semejante aportación y encima de todo, sea él el que lo agradece, provoca una bendición que se recibe con los brazos abiertos.
Atestiguar escenas como esa te recupera la fe en la humanidad. Una fe que nuestra fragmentada rutina diaria taladra constantemente y de manera inmisericorde. La fe, es un acto de valentía, de osadía, de esfuerzo, una decisión firme como la que se requiere para atreverse a vivir en el desierto. Hay que crecer aún más, el horizonte es extenso, abarca toda la mirada.
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