Los políticos buscan el poder, así de sencillo. Todo lo supeditan a obtener el bastón de mando, la silla, el control. No hay objetivo más deseable para su apetito que ser el centro de las miradas, el origen de las decisiones, la pieza insustituible del rompecabezas cívico. Todo es permitido con tal de llegar a la meta y, sobre todo, llegar solos.
Para ello, utilizan los recursos disponibles, lo que tienen a la mano, lo que puedan desviar, utilizar, comprometer. Todo se vale con tal de apoderarse del puesto, no hay precio lo suficientemente alto como para disuadirlos, todo lo supeditan a obtener el premio mayor, todo, absolutamente todo.
¿Eso nos conviene a los ciudadanos? ¿Nos funciona que nuestros administradores derrochen los recursos en dádivas electorales, que planeen inversiones faraónicas con el único objetivo de lucirse y verse bien como estadistas, como gobernantes visionarios? La comprometida salud financiera de nuestras comunidades, la construcción de elefantes blancos, la confrontación social, nada de esto influye a la hora de decidir que hacer. Las indispensables inversiones en infraestructura que atraigan a las empresas de gran calado que pudiesen detonar el crecimiento económico son postergadas, pues no lucen, su beneficio se ve a mediano o largo plazo y la urgencia de gloria es para mañana, pues las elecciones son el año que entra.
El juego democrático supone que los ciudadanos deciden en cada elección qué servidores públicos van a ocuparse de llevar la nave por aguas productivas, qué políticos van a implementar las leyes que redunden en beneficio social. ¿Ocurre esto? ¿Cómo lograr que la función básica de la democracia realmente se aplique? ¿Cómo obtener equilibrada representatividad en nuestros gobernantes y que éstos se apliquen únicamente a preservar el bien común?
Lo he pensado, insistentemente, ¿Cómo lograrlo?
Volado: Entre los partidos ya establecidos y en base a su participación actual en las pasadas elecciones, establecer una cantidad de turnos para que el azar decida quién gobierna. Nos ahorramos las costosísimas (en dinero, tiempo y distracción) campañas. Elaborando un sistema de contrapesos en los que el segundo partido, al que no le tocó el poder, sea el auditor que revise las cuentas y, asimismo, el tercer partido en el turno, revise la revisión del auditor. Con todas las imperfecciones y sin que se tome a broma, este imperfecto sistema resultaría mucho mejor que el actual que no funciona debido a que más de la mitad de los ciudadanos no asisten a votar y esto lo aprovecha el partido en el poder para comprar la voluntad de los más desprotegidos.
Encuesta: Elegir al azar al 5 por ciento de los votantes de la lista nominal y que ellos decidan, que sólo ellos voten. Así, el gobierno resultante sería realmente representativo, pues ahora, con el sistema de compra de votos, el peso de los más desprotegidos que venden su voto en el resultado final de la elección es desproporcionadamente alto.
Son reflexiones un poco desesperadas ante los resultados en las pasadas elecciones. En Coahuila, el partido que obtuvo la mitad de los votos va a tener el total de los diputados, no me checan los números.
P.D. El título de esta columna se refiere a la decisión que tomarán los magistrados la semana que entra. Hay muchas posibilidades de que se anule al ganador del distrito 06 por excederse en gastos de campaña. Lo que no se sabe es si se repiten las elecciones o si por haber perdido por menos de 5% el segundo lugar acceda a la diputación.
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