Qué afortunados son todas aquellas personas, hombres y mujeres, que ya rebasan los cincuenta años de edad, más de cinco décadas, más de medio siglo de existencia, sobre todo cuando ésta se ha vivido al máximo, aprovechando cada hora, cada día que Dios les ha concedido.
Qué bendecidos somos todos aquellos que ya rebasamos los sesenta, los setenta años, y que raudos y veloces recorremos, con mucha dignidad y en mente con mil proyectos, sueños, metas e ilusiones, esta maravillosa etapa de nuestra existencia, que muy atinada y acertadamente, han dado por llamarnos "adultos en plenitud", y ya no aquella ambigua denominación de "Adultos de la tercera edad".
Qué orgullosos se han de sentir todos aquellos que cuentan aún con muchos años más, pues para bien o para mal, el promedio de vida en el presente siglo, en el actual milenio, va para más de 78 años para el hombre y cerca de 80 abriles para, dizque, el sexo débil, la mujer.
Dicen por ahí, y estoy de acuerdo con ello, que es feo llegar a viejo, pero... ¡Es más feo no llegar! O bien que: "No nos avergoncemos de llegar a viejos, pues es un privilegio negado a muchos", y es cierto. Cuánta sabiduría, cuánta filosofía encierran estas dos reflexiones.
Definitivamente, a todos aquellos que rebasamos los sesenta, los setenta, los ochenta y más, y vienen a mi mente cuatro grandes amigos: mi maestro, el Dr. Francisco Balderrama, don German González Navarro, don Isidoro Chávez y Prisciliano López Hidrogo, quien a sus 84 años es un entusiasta corredor que no se pierde carrera pedestre en la Comarca Lagunera y otras partes del país, y que con su actitud es ejemplo, admiración y respeto de todos los corredores.
Qué benévola ha sido la madre naturaleza con nosotros, máxime cuando podemos considerar que hemos vivido aprovechando cada emocionante etapa de nuestra vida: la lejana y nostálgica niñez, aquella hermosa juventud pletórica de sueños, planes, proyectos e ilusiones; la serenidad y tranquilidad de la edad adulta y finalmente traspasar orgullosos, con dignidad y con la frente muy en alto, la aún inquietante etapa de la edad en plenitud.
Decía el Ing. Pedro Manuel Facio Liceria, en una charla escuchada hace varios años, de los grandes acontecimientos aún no sucedidos hace cinco décadas: El hombre aún no había llegado a La Luna, aún cuando ya se escuchaba de las computadoras, éstas se encontraban en los países del primer mundo y aún en pañales y solamente al alcance de las grandes empresas, pues se necesitaban instalaciones especiales para tenerlas; cuál lada automática, todo se manejaba por operadora, cuál fax, cuál Internet, cual correo electrónico, cual telefonía celular e inalámbrica, cuáles redes sociales, es más, cuál televisión, bueno, más bien, ya existían en las grandes ciudades, pero muchos años tardaron en difundirse los canales de repetición al resto del país.
De otras fuentes leía, o bien escuchaba, que "los avances tecnológicos y su repercusión en todas las ramas de las ciencias, sucedidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, superan ampliamente a todos los descubrimientos habidos en toda la historia de la humanidad", y es cierto, y lo que es más excitante, más emocionante: toda la tecnología que ya se maneja en países del primer mundo y que aún tardarán algunos años para llegar a países tercermundistas y todo lo que viene para los próximos años, para las próximas décadas, para las próximas generaciones.
Es por todo lo anterior que considero, afirmo y aplaudo: Qué afortunados somos aquellos que rebasamos el medio siglo de vida y más porque aún conservamos una cualidad, perdida ya en las nuevas generaciones: La capacidad del asombro. Sí, nos asombramos, nos maravillamos ante todos estos vertiginosos avances y sus consecuencias y aplicaciones en todas las ciencias: la medicina, la ingeniería, el arte, la literatura.
Nos asombramos y maravillamos de este acelerado mundo de descubrimientos, muchos de los cuales ya están al alcance de las grandes mayorías y no como en nuestros tiempos, que los que había estaban al alcance de tan solo unos cuantos; nos asombramos porque nuestra capacidad intelectual, nuestros conocimientos tecnológicos, mucho menos nuestra imaginación, no son suficientes para llegar a comprender todo lo que está aconteciendo; toda esta gama de ciencia y tecnología que están poniendo a disposición de las nuevas generaciones y los que nos hemos ido "colando" de dos generaciones anteriores.
"Sorprendernos por algo es el primer paso de la mente hacia el descubrimiento". Luis Pasteur.
Con cuántos avances tecnológicos contábamos en los inicios de la década de los cincuenta del siglo y milenio pasado; el teléfono, el telégrafo (con sus 10 palabras por tres pesos), la radio, las máquinas de escribir, las "inteligentes" sumadoras o calculadoras; el papel pasante o carbón que nos permitía obtener cuatro, cinco y hasta seis copias de un mismo escrito y que en la actualidad ha sido sustituido por las máquinas foto copiadoras, el automóvil y para el hogar las estufas de gas butano, el refrigerador y las lavadoras automáticas, pero insisto, lamentablemente solamente al alcance de unos cuantos: de los privilegiados.
Sin embargo, considero que los de mi generación no estamos llenos de amargura ni de traumas psicológicos y emocionales, mucho menos de tristes recuerdos porque no disfrutábamos de todos o algunos de ellos, todo lo contrario, afirmo que vivimos una infancia feliz, una pubertad y una adolescencia llena de emociones.
Fue en nuestra juventud que apareció el famoso ritmo del rock, el twist, el bossa nova y muchos más que rápidamente desaparecieron, sin embargo, nos tocó vivir los últimos años del romanticismo a través de los tríos musicales, de los grandes duetos, de un gran número de famosos solistas, grandes interpretes, grandes compositores.
Vivimos los inicios de la era espacial y la llegada del hombre a La Luna en julio de l969; somos testigos de cómo las distancias se han ido acortando cada vez más y más; sin embargo, nos entristece ver cómo terminaron con la emoción y el romanticismo de viajar en tren (como aún lo hacen en muchos otros países), aún cuando hiciéramos horas y horas para llegar a nuestro destino, acabaron con el romanticismo de redactar de puño y letra una carta de amor, enviarla por correo y esperar que ésta llegara a las manos de la persona amada, aún cuando tardara muchos días o hasta semanas.
Con la televisión y el cine y los video clubs, acabaron con la inquietud de leer un buen libro, una obra clásica, un best seller, pues muchos de éstos ya los podían disfrutar en el cine o bien por televisión, sin imaginar que nunca, nunca de los jamases, una película superará la emoción de leer un libro, de disfrutar de una novela; acabaron con el séptimo arte y la televisión, con el poder de la imaginación, algo que en nuestros tiempos, con las radio novelas nos transportábamos hasta lugares mismos de las narraciones; tantas maneras tienen los niños y los jóvenes de entretenerse en la actualidad que para leer el periódico y estar al tanto de los últimos acontecimientos ya no tienen tiempo, máxime que la televisión los mantiene, según ellos, " bien informados".
En conclusión: ¡Qué afortunados somos todos aquellos que rebasamos más de medio siglo de existencia y que no hemos perdido la capacidad del ¡Asombro!
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