EL QUIJOTE, 400 AÑOS
Entre las razones --quizá más bien pretextos-- que no pocas personas aducen para no leer El Quijote, están lo voluminoso y el peso mismo del libro. Dicen que este par de características, ciertas sin duda en la generalidad de los casos, en modo alguno invita a empezar y menos aún a continuar su lectura.
Si el propósito es realmente conocer esta obra suprema de la literatura universal, debe decirse que hay ediciones cuyo texto está comprendido en varios pequeños tomos. Como una de 12 volúmenes (de 12.5 x 20 cms) y 1,147 páginas, publicada por la editorial española Dipel en 2005, conmemorativa del IV centenario de la aparición de la I Parte de la genial novela. Contiene un estudio preliminar de Juan Alarcón Benito y notas, no muchas ni extensas, de Joaquín Machín.
Me consta que esa docena de tomitos es muy amigable y de fácil lectura. Con muy amable dedicatoria firmada el 17 de noviembre de 2007, los recibí en regalo del hoy fallecido licenciado Jacinto Faya Viesca, en memoria de su señor padre Don Jacinto Faya Martínez, amigo queridísimo e inolvidable.
Algunos años antes, en 1999, el mexicano Fondo de Cultura Económica (FCE) publicó El Quijote en veinte tomos aún más pequeños. Libritos verdaderamente de bolsillo (10.5 x 14 cms) que caben, como lo comprobé durante su lectura, en las bolsas que a la altura del pecho suelen traer las camisas de caballero. Suman los tomitos 1,874 páginas, por lo que su promedio es de 94 páginas por tomo, con 64 el que menos tiene y 123 el que más trae. Como si se tratara de algo sicológico, el lector quiere ya terminar el que lee en turno para continuar con el siguiente. Las dimensiones pequeñas, según parece, convidan a no desmayar sino a continuar la lectura.
Esta edición del FCE, que sigue a las de Francisco Rico y Justo García Soriano, incluye notas explicativas de pie de página, quizá menos de las necesarias, y todas sumamente breves. Cada uno de los veinte tomos, con excepción del primero, incluye al principio a manera de prólogo un texto pertinente en relación con lo que trata el tomo, sobre Cervantes o El Quijote, fragmentos bien seleccionados de ensayos de prestigiosos escritores, algunos de ellos reconocidos cervantistas. Entre otros: Francisco A. de Icaza (de quien a principios del siglo XX se decía en España que era "el único mexicano cervantista de fuste"), Miguel de Unamuno, Stephen Gilman, Irving A. Leonard, Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal y Julio Torri.
La portada de cada tomito trae una estampa quijotil, aparentemente todas de Gustave Doré. Además de la que se observa cuando los pequeños volúmenes se colocan en el librero ordenados del 1 al 20, y deja ver a don Quijote y Sancho cabalgando frente a un molino de viento.
Esta edición, que fue de cinco mil ejemplares, lamentablemente agotada desde hace varios años y de la que no se sabe haya tenido reimpresiones, lo cual es verdaderamente una lástima, fue llamada por el FCE "edición juvenil". En su introducción se dice: "Leer el Quijote no es una tarea escolar ni una obligación farragosa, por más que algunos se empeñen en demostrarlo. No seremos nosotros (escriben los editores) quienes conviertan la lectura en fárrago". Y en efecto, su diseño y formato invitan a leer El Quijote. La pena es que no se consigue. Ojalá que en conmemoración del IV centenario de la II Parte, el FCE haga alguna reimpresión con buen tiraje. (11)
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