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El Quijote, 400 años

Dos deliciosos pasajes

Juan A. García Villa

Como ya lo dije en alguna ocasión anterior, el escritor ruso Vladimir Nabokov (1899-1977), autor de la célebre novela "Lolita" es, quizá, el más ácido crítico de Miguel de Cervantes y de su novela Don Quijote de la Mancha. De los diálogos escritos por Cervantes no se expresa del todo mal, pero sí de sus pasajes descriptivos. De los primeros afirma que son vivos y muertos los segundos.

Para que el lector tenga mejor idea de la fuerza descriptiva de la pluma cervantina, se presenta a continuación un par de pasajes de esa naturaleza contenidos en El Quijote. El primero, tomado del capítulo 13 de la I Parte de la novela, aunque en tono burlesco porque trata de remedar el estilo un tanto cursi de los libros de caballerías, describe a Dulcinea del Toboso así:

"Su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nive, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas".

Otra: En el capítulo 45 de la misma I Parte Cervantes describe una escena graciosísima que tiene lugar en una venta (hospedería del camino), en la que se encontraban Don Quijote, Sancho Panza, el Cura, el Barbero, obviamente el ventero y numerosos otros personajes.

En su locura, Don Quijote cree que la venta es un castillo y que una bacía de barbero es nada menos que el famoso yelmo de Mambrino. Para hacerlo objeto de mayores burlas, a Don Quijote no sólo le contradicen algunos de los presentes su opinión sobre el yelmo de Mambrino sino pretenden hacerle creer que una albarda de asno es rico jaez de caballo.

La discusión entre los presentes, saturada de necedades y disparates, sube increíblemente de tono. Don Quijote pierde la paciencia ante lo dicho por un cuadrillero y entonces se suscitó una batalla campal, que Cervantes describe así:

"Alzando el lanzón que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allí tendido. El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad.

El ventero, que era de la cuadrilla, entró al punto por su varilla y por su espada, y se puso al lado de sus compañeros; los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; el barbero, viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; don Luis daba voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote; el cura daba voces; la ventera gritaba; su hija se afligía; Maritornes lloraba Dorotea estaba confusa; Luscinda suspensa y doña Clara, desmayada. El barbero aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puñada, que le bañó los dientes en sangre; el oídor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad, de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre."

Jagarciav@yahoo.com.mx

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Escrito en: El Quijote Miguel de Cervantes Saavedra

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