Se lo dije el domingo al periodista León Krauze a través de Twitter: lograste, estimado León, una entrevista histórica y obtuviste una declaración de la cual, estoy seguro, el presidente se arrepentirá toda su vida. "Así lo creo", replicó.
De sobra conocido y difundido por los medios, lo que Enrique Peña Nieto le juró y perjuró a Krauze en dicha conversación, aludiendo al capo de capos y su recaptura hacia 2014, hecho que el Gobierno presumía como una de sus más grandes hazañas.
"Sería imperdonable que escapara", declaró el titular del Ejecutivo en alusión a Joaquín, "El Chapo" Guzmán, considerado como el enemigo público número uno del estado mexicano. "A diario me aseguro, amplió el presidente, de preguntarle a Miguel Ángel Osorio Chong si ha tomado las previsiones necesarias para evitar una posible fuga".
Pero Osorio y todo el aparato de seguridad nacional, ya sabemos, le fallaron al Presidente de la República y le fallaron a México. De hecho, el presidente Peña, como máximo responsable de los órganos de seguridad e impartición de justicia, también fracasó y le queda debiendo un mar de explicaciones al país entero.
Sin embargo, pareciera que Don Enrique no sopesa la gravedad de los hechos ni el daño irreversible a la imagen nacional en el extranjero. Al momento de escribir estas líneas, Peña Nieto y su fastuosa comitiva deambulan por las calles de París, parece no queriendo enfrentar la realidad y un hecho que confirma el peor de nuestros temores: que el narcotráfico y la corrupción son más fuertes que el gobierno y las instituciones.
En una intentona por circunscribir y reducir la fuga a un asunto alusivo al sistema penitenciario, pululan las justificaciones vanas que a pocos convencen, al tiempo que la admisión de culpa a todos los niveles brilla por su ausencia.
Y es que si algo ha metido en aprietos al actual Gobierno además de la falta de una estrategia de manejo de crisis y control de daños, es precisamente lo que se percibe como un dejo de arrogancia manifiesta a la hora de afrontar y asumir los problemas. Quisieron que Ayotzinapa -la peor afrenta a los derechos humanos en mucho tiempo- se olvidara y fuera reducida a un tema del ámbito estatal: fracasaron.
Pretendieron que las relaciones privilegiadas con determinados contratistas del Gobierno, los favores al Grupo Pinos y la adquisición hasta ahora no explicada ni propiamente investigada de una mansión de siete millones de dólares en la capital del país, perdiesen su brío mediático y no fuesen replicadas en las páginas de una prensa nacional que hasta hace poco, los aplaudía sin pudor. También ahí fracasaron.
Y como dice Denise Maerker, justo en el momento en que pensaban que las cosas no podían ser peores, pasada la gloria efímera que supuso haber obtenido la mayoría en la Cámara Baja, el narcotraficante más poderoso del mundo se les escapó, presumiblemente a través de un túnel, pero para efectos de opinión pública, por la puerta grande y en su cara.
Queda el túnel como símbolo de un sexenio y de un presidente que tenía ya muy poco oxígeno y capital político, y que el domingo pasado terminó perdiendo el que le sobraba justo por ahí, a través del hueco que marcará a una administración que comenzó siendo farol de la calle, pero que hoy se encuentra sumida en la obscuridad.
Joaquín "El Chapo" Guzmán escapó y hoy mira de frente a la luz y a la buena estrella que, pese a todo e incomprensiblemente, lo sigue a todas partes. Enrique Peña Nieto y sus afines, en cambio, se encuentran atrapados en un laberinto que parece no tener salida. Ahí están condenados a permanecer.
El sexenio, el sexenio terminó el domingo pasado. Ahora toca nadar de muertito, o en su defecto deambular por el laberinto. El daño es irreversible…
Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto
