El Síndrome de Esquilo
La semana pasada comentamos aquí una obra musical que utiliza estrategias literarias: el misterio. Hoy, en contraparte, quiero abordar una novela que es todo menos silenciosa. Digamos que por un camino avanza Gabriel Atlan-Ferrara, legendario director de orquesta conocido como el anti-Karajan: en su historial hay cero grabaciones, cero películas, cero transmisiones radiales o televisivas. Si el director nacido en Salzburgo grabó más de novecientos discos, Atlan-Ferrara se niega a ser grabado porque eso equivaldría a "ser enlatado como una sardina". Es un hombre difícil, que despotrica contra los críticos, contra el público. En la página 31, reproduciendo el pensamiento del director, el novelista escribe: "El límite era el público. El artista estaba a merced del auditorio. Ignorante, vulgar, distraído o perspicaz, conocedor intransigente o nada más tradicionalista, inteligente pero cerrado a la novedad, como el público que no soportó la Segunda Sinfonía de Beethoven, condenada por un crítico vienés del momento como un monstruo vulgar que azota furiosamente con su cola levantada hasta que el desesperadamente aguardado finale llega (…) Con razón no existe, en ninguna parte del mundo, un monumento en honor de un crítico".
Por otro sendero camina Inés Rosenszweig, una joven que con el tiempo llegará a ser Inez Prada. Se trata de una pelirroja de origen mexicano sobre la que existen muchos rumores y muy pocas certezas. Se dice, por ejemplo, que para interpretar La Bohème contrajo la tuberculosis, que se encerró un mes en los subterráneos de la pirámide de Gizeh para cantar Aída, que se hizo puta para alcanzar el patetismo de La traviata. De un plumazo Fuentes la instala en el ambiguo territorio de la leyenda, al catalogarla como "una diva surgida del país de los mitómanos (…) un país pobre y devastado que exige como contraste la abundancia de personalidades riquísimas. México: las manos vacías de pan pero la cabeza llena de sueños".
Instinto de Inez, novela publicada por Carlos Fuentes en el inicio del siglo XXI, se suma a una extensa obra que, ordenada bajo el título de La edad del tiempo, contiene libros como La muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra y Los años con Laura Díaz, por citar sólo algunos. En esta novela los pasos de Gabriel y la señorita Rosenszweig se cruzan en una situación poco común: una tarde, al salir de un ensayo, el joven director siente "la más indigna de las urgencias". Más tarde la cantante lo sorprende orinando en un callejón. Así el autor humaniza al sujeto, pues la importancia que Gabriel Atlan-Ferrara se atribuye hubiese impedido el acercamiento de hombre y mujer en otras condiciones. Pero este primer contacto es apenas la chispa que inicia una cadena de encuentros y ausencias que se prolongarán a lo largo de una vida. O mejor dicho, de dos vidas.
En una línea distinta de Instinto de Inez, Carlos Fuentes retoma otra de sus obsesiones: la prehistoria. Esta línea de la novela nos recuerda a Aura, una de las novelas más emblemáticas del escritor mexicano nacido en 1928 y fallecido en 2012. El novelista imagina el momento en que una mujer (a-nel) y un hombre (ne-el) se topan por primera vez. De ese encuentro nace la necesidad de nombrar, de nombrarse, de organizar el mundo a partir de la palabra, del tiempo. Nacen así el antes y el después como referencias para abrirse paso en la naturaleza. Y aunque Fuentes no lo dice, con el tiempo y la abstracción nace una nueva posibilidad: hacer música.
En la página 88 parece vislumbrarse una conexión directa entre las dos historias cuando Atlan-Ferrara recomienda a los miembros del coro: "Imaginen, si eso les sirve, que al cantar están repitiendo sonidos de la naturaleza".
Así, en Instinto de Inez la música se revela como una creación profundamente humana. Es precisamente su humanidad lo que la hace valiosa. Fuentes parece enunciar, en boca de Gabriel Atlan-Ferrara, su definición del arte de los sonidos y los silencios: "La música está a medio camino entre la naturaleza y Dios. Con suerte, los comunica".
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