Me imagino que es como en todos los tiempos, cuando eres joven, piensas que los viejos han perdido los mejores años de su vida respetando una serie de reglas y de principios que lo único que provocan es estorbar para conseguir fines personales. Creen inútiles los principios éticos, ya que lo importante de este mundo es obtener lo que se busca con el mínimo esfuerzo sin importar las consecuencias; que hoy por hoy, los resultados están a la vista y puede traducirse en esta época de inseguridad que atravesamos, esta época de desencanto en donde se ha perdido la confianza y en donde vagamos sin brújula ni rumbo.
No es que la culpa la tengan los jóvenes por entero, mas me parece que es la generación que se ha encargado de educarlos quien la tiene, porque les hemos puesto sobre la mesa sus antojos ahorrándoles los esfuerzos.
Por principio de cuentas, a los jóvenes ni les hemos enseñado a comer; se alimentan de comidas rápidas y no tienen educado el paladar para el disfrute de los sabores y mucho menos ostentan la cultura de la nutrición. Le huyen a las verduras y las frutas y se mantienen de la comida chatarra. Cuando en casa no hay quien les cocine, no aprenden a hacerlo y prefieren comer lo que en la calle les ofrecen. En su dieta, es raro el pescado, los mariscos o el atreverse a probar los nuevos sabores a los que no están acostumbrados trayendo como consecuencia las enfermedades. Si en casa no les hemos enseñado a comer, en la escuela, menos; resulta fácil consumir la comida industrializada que carece de nutrientes.
La ley es la del menor esfuerzo. Las proposiciones educativas van por el mismo rumbo, donde en aras de la libertad se quiere suprimir todo tipo de obligaciones porque eso, según dicen, trauma al individuo. En tiempos pasados, la letra con sangre entraba, pero entraba. En estos tiempos, se evita la sangre y no entra y lo que estamos produciendo son jóvenes que la mayoría de las veces se hunden cuando las cosas no se le dan con facilidad; o si no, opta por arrebatar por la fuerza lo que cree tener derecho. El amor al trabajo y a la camiseta va pasando a la historia. El joven se acostumbra a levantar tarde porque ya pasaron la épocas en que había que hacerlo temprano, prefiere vivir de noche, se divierte. Deja en segundo plano el cumplir con su obligación.
Hay pretexto para todo: para no asistir a clase, para no cumplir con un horario, para no realizar las tareas encomendadas; saben de antemano que tendrán de nuevo otra oportunidad, y cuando no la tienen, no sienten culpabilidad alguna.
La misma escuela, socialmente, la hemos convertido en un fastidioso requisito para obtener un título mediante el cual podemos acceder a mejores puestos de trabajo. Lo que menos interesa son los conocimientos, por ello la carrera profesional no implica biblioteca. El universitario ni lee ni investiga si no es por obligación; son pocos quienes lo hacen. Han conseguido una gran habilidad para conseguir las calificaciones y hacer que los pasen.
Con tal preparación, seguramente fracasarán en la vida profesional, entonces comenzarán a ejercer de cualquier cosa, y pocas veces sentirán el gusto que da la realización, seguirán pensando que nada merece sus esfuerzos y lo mejor es irla pasando lo mejor posible. Han sido engañados, ellos han sido engañados. Se han creído con derecho a todo en forma gratuita; ahora, si no lo tienen, lo arrebatan.
En tiempos antiguos, nos traumaban, nos ponían el plato de sopa en la mesa y si no nos lo comíamos, no nos levantábamos. En tiempos antiguos, nos enseñaban a trabajar, muchas de nuestras vacaciones las pasamos en eso y aprendimos que el dinero se ganaba. También, nos enseñaron a compartir y éramos felices haciéndolo y a respetar a los mayores y a lo que llamábamos patria que es la sociedad; todos y cada uno de los que la componen.
Con la antigua educación teníamos un Torreón, con esta educación tenemos éste. Prefiero lo antiguo aunque me lo critiquen. Siento que los jóvenes saben que pocas veces van a pagar las consecuencias de sus actos. Si no llegan, no llegaron, si faltan, faltaron, si no cumplen, no cumplieron y hasta dejan de hacer las cosas porque no les gusta.
La culpa es nuestra, insisto. No los podemos tocar ni con el pétalo de una rosa.