A nivel mundial, nacional y local, la cultura se va haciendo a base de acciones en diferentes campos. Hay quienes construyen, hay quienes indagan, hay quienes interpretan y hay quienes dicen. Hay creadores capaces de imaginar lo que no existe y hay quienes hacen de la fantasía, realidades.
Cuando se viaja, conocemos las construcciones antiguas para imaginar cómo eran esos lugares en otros tiempos. Sentimos la distancia de las épocas y por lo tanto la evolución de una manera de ser a otra.
Si escuchamos las voces impresas en los libros antiguos, seguramente en ediciones modernas, es como si nos llegaran los ecos de aquéllos que dicen que ya están muertos pero que de alguna manera o de otra siguen viviendo porque nos afectan. Lo que hacemos ahora tiene que ver con lo que se hizo en otros tiempos. He ahí la importancia de la historia.
El mundo nos lo hemos imaginado de mil formas. El universo nos podrá sobrepasar en lo físico, pero lo hemos sabido atrapar en lo intelectual. Es más que imaginación haber descubierto el big bang o que el universo se expande. Y es más que indagación haber dado con el átomo. Sin imaginar no se llega a descubrir, sin la ficción no es posible transformar la realidad.
El Siglo XX ya era posible en las novelas de Julio Verne escritas en el XIX. El avión ya había sido imaginado por da Vinci en el Renacimiento. De cuantas cosas más se produjeron sus embriones en tiempos antiguos, cuántas se estarán provocando en los actuales.
A veces, nos conformarnos con la prisión en que se convierte lo cotidiano. Nos acostumbramos a ver la vida pasar sintiendo que lo normal es que pase sin preocuparnos muchos el llegar a donde tenemos que llegar. La trascendencia se toma como un premio que no necesita labor alguna de nuestra parte. La felicidad es un imaginario que no se sabe en qué consiste, y se desea gratuito.
Esta aventura de vivir necesita de nuestra parte la conciencia. Saber que estamos viviendo, es necesario. No podemos gozar en otra instancia lo que no gozamos en ésta, es un contrasentido. La vida es el presente, es el pasado, el futuro, todo unido en nosotros, en este saber que somos, que hemos sido y que un día posiblemente dejaremos de ser.
La libertad es imprescindible para ser lo que nosotros queremos. A nadie podemos echarle la culpa de nuestras circunstancias. Nos vaya bien o mal, nosotros somos los culpables porque hemos usado nuestra libertad. Si esclavizamos nuestros deseos a otros, entonces nos convertimos en esclavos y para ello la conciencia es un tormento. A final de cuentas, nadie va a responder por los actos personales.
El mundo de felicidad posible lo tenemos que construir. Ni siquiera tenemos derecho a exigirlo, lo tenemos que hacer con nuestro esfuerzo. La democracia exige un compromiso, el de gobernarnos a nosotros mismos y no ser condescendientes con las migajas que nos quieran dar.
Desgraciadamente, es más fácil dejar que nos den a ser nuestros propios proveedores. De eso se valen los líderes. El que reparte se queda con la mejor parte, el principio de toda corrupción.
La cultura es la toma de conciencia de la vida y la responsabilidad que conlleva vivir con otros y en un espacio que nos da manutención. El inmaduro lo quiere todo para él. El hombre maduro sabe de la dependencia y de la responsabilidad.
Estas son solamente unas reflexiones sueltas que no tienen otra intención que invitar a mis lectores a pensar; eso, de vez en cuando, nos sitúa en el camino y nos hace ver hacia la meta donde queremos llegar.