Daniel Cosío Villegas compiló un estudio muy vasto sobre el Juarismo y el Porfirismo: "Historia moderna de México". De la república restaurada, tomo: "La vida social", cito el artículo de Emma Cosío Villegas, sobre las fiestas del Día de Muertos:
"Las fiestas de todos los santos y muertos del 1° y del 2 de noviembre, son las más atractivas y populares. Es el día en que el indígena hace grandes sacrificios para comprar cera, flores, dulces, frutas y muchos otros comestibles para ofrendar a sus muertos. Familias de las más pobres preparan con mucha anticipación dulces, sobre todo calaveras, jaleas, panes, etc. También hacen juguetes alusivos al día que se celebra: Títeres, representando calaveras; entierros que al mover una manija desfilan alrededor de una tabla con curas de garbanzo y trajes de papel de china; matracas con la muerte pintada. El pueblo bajo es el que recuerda a sus muertos con más solemnidad: casi no hay familia que deje de poner un altar con ofrendas: bebidas, ramos y varias labores de flores amarillas de cempasúchil, la flor de los muertos, coronas de diversos materiales, de acuerdo con la región; de pulpa de maguey o de pino; panes adornados, dulces de todas formas y sabores, y gran cantidad de velas labradas e incienso que se quema todo el día.
En los pueblos y aldeas, el sentimiento religioso es más puro, las solemnidades del día de muertos tienen una espontaneidad conmovedora, en las ciudades, en cambio, el afán de gozar y divertirse transforma el sentido original de las cosas y las torna más materiales y mundanas.
En el día de Todos los Santos ha decaído la costumbre de felicitar a gentes con nombres raros y de visitar las iglesias que tienen afamadas reliquias. Casi todas las iglesias tenían alguna reliquia; ahora parecen estar arrumbadas, pues no las muestran en este día; la gente, consecuentemente, ha perdido el incentivo para ir a orar, pero también es cierto que ya los milagros escasean y las reliquias no dan señales de vida, ni sangran ni lloran; en fin, han perdido sus antiguos atributos."
Hoy, las fiestas de los muertos se siguen festejando. De unos años para acá, el sistema educativo escolar ha promovido la instalación de los altares de muertos para contrarrestar la influencia sajona del día de las brujas que en el siglo XIX ni siquiera se menciona en este tipo de estudios sociológicos. El atractivo del día de las brujas es el ir a pedir a las casas dulces y disfrazarse de personajes que nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia.
El indígena del sur sigue festejando a sus muertos como tradicionalmente lo ha hecho, preparando las comidas que se consumirán junto a su tumba, haciendo las procesiones nocturnas que son impactantes, sobre todo cuando no estás acostumbrado a verlas. Yo tuve la oportunidad de asistir a una en el lago de Pátzcuaro y es una experiencia inolvidable.
En mi infancia, no había altares de muertos, aún no se decretaba que se celebrase en las escuelas. Lo que sí había era el ritual de ir a los panteones encabezados por mi abuela y por mi madre. Se compraban las flores, muchas flores, cargábamos con tinas y con escobas, limpiábamos las tumbas, poníamos las flores, rezábamos algunos cuantos padres nuestros y aves marías y al salir de nuestros rituales, ya sabíamos que nos estaban esperando las alargadas cañas de azúcar que el machete separaría en dotaciones que después repartiríamos entre todos. A lo mejor en todo el año no comíamos la caña, sólo ese día, como el pan de muertos; tal vez nuestra tradición familiar no sea tan profunda como la de los pueblos, pero era nuestra y la esperábamos lo mismo que la navidad.
Hoy, la modernidad llevó a convertir los cadáveres en cenizas y depositarla en un nicho de una iglesia a donde asistimos a visitarla por estos días. Afuera, ni siquiera venden cañas. Las flores se reducen al ramito que se puede pegar en la gaveta; los tiempos y las cosas cambian.