Dos casos emblemáticos. El primero, los senadores anuncian, con cara de penitente medieval en cuaresma, que después de muchas revisiones y consideraciones y siguiendo los Lineamiento de Racionalidad y Austeridad Presupuestaria en 2015, van a reducir su salario, la dieta le llaman, de 117 mil 500 pesos mensuales, en 100 pesos. Y dada la gravedad de la situación afirman que el recorte en el presupuesto implica también la cancelación de canapés y vinos a quienes recorren en senado en visitas guiadas. Tranquilos que la cosa no para ahí, el líder del PRI en la Cámara Alta, Emilio Gamboa promete que se seguirán revisando los gastos y que a la brevedad se anunciarán más medidas, porque llegó la hora de "amarrarse el cinturón".
El segundo caso también ha tenido publicidad. El presidente municipal de San Blas, Nayarit, Hilario Ramírez, mejor conocido como el amigo Layín, como a él le gusta que le llamen, celebró el fin de semana pasado su cumpleaños con una gran fiesta. Entre 15 y 20 mil invitados que llegaron en automóviles y camiones rentados, desde San Blas y de otros municipios aledaños. Según diversas fuentes se repartieron 50 mil cervezas, 50 reses fueran sacrificadas para la birria y amenizó el baile la genial Banda El Recodo. La fiesta costó 15 millones, según algunos cálculos, pero al municipio no le costó nada, todo se debe a la generosidad de 'buenos amigos', dice ufano el presidente municipal. El 'amigo Layín' se hizo famoso a nivel nacional cuando estando en campaña para acceder por segunda vez a la presidencia municipal comentó que tenía el valor de responder a las críticas de sus enemigos, y reconocía en efecto, haber robado, 'pero poquito', porque ¿a quién no le gusta el dinero? Dice además que todo lo que robaba con una mano, con la otra lo devolvía a los pobres. Fue aclamado.
Hablamos sólo de dos casos, porque conocemos los demás de sobra. Las casas Higa y el nombramiento de un subordinado para investigar el conflicto de intereses, contratos otorgados a los amigos, compra y venta de terrenos usando el privilegio de acceso a información reservada y un desafortunadamente largo etcétera.
Definición casi de diccionario. La Real Academia Española dice que el cinismo es la falta completa de vergüenza para mentir, defender, practicar acciones o doctrinas reprochables. Hacemos lo que no deberíamos hacer, pero ya no importa quién nos vea, quién nos juzgue, más aún hasta reivindicamos nuestra libertad para actuar y 'denunciamos' la cortedad de miras de quien no se atreven a tanto.
¿Hemos de acostumbrarnos al cinismo como moneda corriente de nuestra vida personal y social? Como he dicho en otras ocasiones. A los políticos se les nota más, pero ahí estamos embarrados todos.
Claro que son tiempos difíciles, ¿cuáles no? Todo es como un círculo vicioso al infinito. Perplejidad ante lo complejo de la situación. No entendemos lo que está pasando, el cinismo es nuestra única respuesta posible, así en cada caso. Una relación perversa entre gobernantes y gobernados, entre representantes y representados. Así la violencia, la inseguridad, las desapariciones, los incinerados, la violación sistemática de los derechos humanos, la compra del voto, despensas, tarjetas Monex, protección legal a los amigos que financiaron las campañas, concesiones otorgadas a ellos mismos, crimen organizado, lavado de dinero, compra y venta de droga, alianza con los capos, persistencia de la desigualdad social.
Todo se quiere hacer aparecer como una falla en la estrategia de comunicación, y entonces surgen las propuestas para subsanar este error. Se crea una estructura para justificar acciones, pero se deja intacto el complejo sistema de trámites burocráticos. La transparencia parece una amenaza y lo único que atinamos es a clamar para limitar el acceso a la información por motivos de 'seguridad nacional' o de 'estabilidad financiera'.
¿Qué hacer donde no hay respuestas? Ponerse en camino, la perplejidad es una oportunidad. Si nos la tomamos en serio significa que nos damos por aludidos ante la provocación que nos hace la realidad. Significa que nos hacemos cargo de nosotros mismos, sin protagonismos, sin culpas, asumiendo la parte de obligación que nos corresponde por pertenecer a la colectividad a la cual formamos parte. Sin alevosía, sin ingenuidad, haciendo acopio de nuestra capacidad de salir al encuentro del otro, de coincidir o disentir con él, de dialogar, de debatir, de denunciar, de acordar.
No hacerlo sería claudicar en nuestro esfuerzo por hacernos una sociedad más racional, donde priva el respeto a la ley, ley entendida como acuerdo de la colectividad para hacer posible la convivencia. Sería aceptar que han ganado los instintos tribales sobre el esfuerzo civilizatorio del cual venimos desde hace siglos. Insisto, el cinismo se les nota a los políticos, pero nos abarca a todos.
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