En un país donde los verdaderamente ricos y poderosos valoran y abrazan el encanto de la discreción y el solo hecho de figurar en los periódicos les provoca ámpula, resulta imposible no notar a Donald Trump y el caótico mundo en el que habita.
Trump representa el epítome del nuevo rico que nos causa una mezcla de admiración, envidia y aversión. Polémico desde siempre, su incursión en la arena política más que preocupación, lo que debiese darnos es risa y quizá hasta un poco de ternura.
Sus posturas sobre distintos temas, más cercanas al absurdo y a lo políticamente incorrecto e inviable, ni son factibles y sólo evidencian su desconocimiento del orden global a partir de sus propios prejuicios, que por cierto se cuentan por montones.
"América para los americanos", grita un Trump incapaz de sopesar que si algo caracteriza al siglo veintiuno y al país que lo vio nacer, es precisamente la diversidad en todas sus formas: étnica, cultural, racial, sexual y religiosa.
Trump se asemeja más a un resabio del fin de la Guerra Fría y a los excesos de la década del ochenta, que a otra cosa. Cuenta la leyenda urbana incluso, que el cineasta Oliver Stone se basó en Trump para escribir a Gordon Gekko, el personaje principal de la película Wall Street que en una frase lapidaria -"La codicia es buena"- describe a una época, la era Reagan, donde la aspiración se basaba en parecerse y vivir como los personajes de "Dinastía" o "Dallas".
No considero que Donald Trump sea un tipo malo ni que nos odie por ser mexicanos, sino un hombre terriblemente arrogante y víctima de su propio ego.
Pese a sus éxitos en el terreno empresarial, que resultan incuestionables, ello no se traduce en buenas calificaciones que lo acrediten en lo político ni lo lleven a convertirse en una opción real rumbo a la presidencia de Estados Unidos.
Su rol en las primarias, si es que sobrevive al escarnio público de aquí a los siguientes meses, se reducirá a darle colorido a la campaña y en provocar polémica, arte que domina. Hasta ahí.
Por ello, me causa extrañeza que el Gobierno de México dándole una importancia que ni tiene o merece, salga a desdecirlo cuando nadie en su juicio piensa que pueda convertirse en el sucesor de Barack Obama.
Tras sus referencias a la comunidad latina, particularmente en lo que respecta a México y al tema de los migrantes, estadísticamente es imposible que llegue a la Casa Blanca sin el voto de dicho sector. Además, víctima de su propia arrogancia, Trump seguramente terminará generando aversión en otros grupos que no estarán dispuestos a darle su confianza.
Habiendo sorteado numerosas crisis y el divorcio más mediático y sonado de principios de los noventa con su ex, Ivana, fruto de su innegable talento para los negocios es que Trump pudo recuperarse y sortear la depresión inmobiliaria que casi lo llevaría a la quiebra.
Según cuenta en su libro "The Art of the Comeback", obra muy divertida y aleccionadora plagada de autocomplacencias que adquirí en el ostentoso lobby de la Torre Trump, estrechar y saludar de mano es cosa que, en sus propias palabras, no le gusta y evita en la medida de lo posible dada la aversión que tiene por los gérmenes.
Menudo problema para un hombre que busca incursionar en un mundo, el político, donde el éxito estriba precisamente en estar en contacto con la gente y en estrechar las manos de millones de personas.
Quien conoce por primera vez la ciudad de Nueva York, y también aquellos que la visitan con frecuencia, no pueden sustraerse de la imagen de aquella torre enclavada en la zona más exclusiva de la Quinta Avenida, lugar donde mayormente deambulan turistas atraídos por famosas boutiques de precios prohibitivos para el común de los mortales.
La Torre Trump, como pocos edificios, es símbolo del conglomerado de bienes raíces más estrambótico de las últimas décadas. Homenaje al mal gusto si los hay, los dorados en su lobby, los baños chapados en oro, el estilo de vida aspiracional que abrazan los oligarcas y nuevos ricos de Europa del Este y los países del sudeste asiático, a todo eso apela la marca Trump.
El votante promedio del "Mid East" blanco y conservador que ve a Trump como vivo ejemplo del sueño americano, ese es el sector de la gente a quien atraerá una campaña plagada de disparates que será, lo juro, de muy corta duración. Con dichos votos no se obtiene la Casa Blanca.
Donald Trump, al igual que los trajes sastres rojos de Nancy Reagan o el patriarca otoñal llamado Fidel Castro, son los últimos resabios que nos quedan terminada la Guerra Fría. Hace mucho tiempo que pasaron de moda, pues.
Donald Trump como político es todo un chiste.
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