Uno de los aspectos más sobresalientes de la recuperación económica desde la Gran Recesión de 2008-2009 es que ha sido anormalmente débil en prácticamente todos los países. Los ritmos de expansión, si bien sostenidos, han sido muy mediocres y por debajo de otras experiencias históricas.
Varios economistas, entre los que destaca Larry Summers, exsecretario del tesoro de Estados Unidos (EU), han planteado la posibilidad de que este período de bajo crecimiento no sea un fenómeno pasajero, sino que represente el inicio de una época de estancamiento prolongado (secular stagnation),similar a la que vivió Japón en los años noventa y principios de este siglo, donde la norma serían niveles bajos de crecimiento, inversión, inflación y tasas de interés.
Este tema, propuesto originalmente por el economista Alvin Hansen en 1939, ha sido revivido en los círculos académicos para aplicarlo a la situación económica actual en EU y Europa, pero como normalmente sucede con este tipo de debates, todavía no hay conclusiones definitivas.
Las explicaciones del por qué se presentó este problema son demasiado técnicas para abordarlas en esta columna. Baste con señalar que incluyen, entre otros factores, un aumento del ahorro en relación con la inversión y la disminución del crecimiento de la población. Esos factores se traducen en una caída considerable del crecimiento de la productividad, factor clave para la expansión de la actividad económica.
El fenómeno del estancamiento prolongado, una novedad reciente para las naciones desarrolladas, es un viejo compañero de México, por lo menos en lo que toca a un crecimiento mediocre y muy inferior al potencial de nuestra economía.
En efecto, el crecimiento promedio anual del Producto Interno Bruto (PIB) fue de 2.6 por ciento entre 1990 y 2014, mientras que la productividad lo hizo a un magro 0.53 por ciento en ese lapso. Estas cifras palidecen frente a los crecimientos del PIB y de la productividad registrados en esos mismos años en otras economías emergentes, como Corea del Sur (5.2 y 3.56)y China (10.0 y 8.43).
Dice una expresión popular que las comparaciones son odiosas, pero no se puede negar que son una buena manera de evaluar la actuación de nuestros gobernantes. Lo más probable es que las diferencias de desempeño en relación con los países asiáticos no son un resultado inexorable del destino, sino de un mal diseño e instrumentación de las políticas públicas en México.
Sin embargo, no hay razón por la cual el estancamiento prolongado sea la norma futura para una economía emergente como la nuestra. Los riesgos de que ello ocurra son políticos más que económicos.
La clave para lograr un crecimiento económico más dinámico está en la aplicación de las reformas estructurales que propicien un aumento considerable de la productividad. Las reformas realizadas hasta ahora, incluyendo la Ley para Impulsar el Incremento Sostenido de la Productividad y Competitividad de la Economía Nacional, que nuestros políticos festinan como grandes logros,son cambios cosméticos insuficientes para alcanzar ese objetivo.
La economía mexicana sigue padeciendo de los mismos vicios laborales, educativos y burocráticos que impiden un mejor desempeño de la actividad productiva. Los efectos negativos de esos vicios se exacerban por la corrupción y la criminalidad, en un entorno donde brillan por su ausencia la rendición de cuentas y el Estado de derecho.
La reforma energética, pilar de los cambios estructurales del gobierno de Enrique Peña Nieto es, en ese contexto, secundaria. Por más éxito que llegase a tener, y eso está todavía por verse, no logrará contrarrestar el freno que representan para el crecimiento los vicios en los sectores mencionados.
La superación de esos vicios requiere de cambios radicales. La legislación laboral necesita flexibilizar el mercado de trabajo y desmantelar los privilegios sindicales que obstaculizan el crecimiento de la productividad.
Lo mismo puede decirse de las reformas al sector educativo, que no sólo necesitan mejorar el currículo académico, sino acabar con el libertinaje del sindicato de maestros, en especial la fracción que se dedica a trastornar el orden y dejar sin escuela a los alumnos de las entidades más pobres del país.
Es necesario, además, reducir el burocratismo y la corrupción, porque ambos son un obstáculo enorme para el crecimiento de la productividad. El cinismo y la prepotencia de muchos burócratas y gobernantes serían mucho menores si existieran mecanismos eficaces de rendición de cuentas, así como castigos ejemplares para quienes abusen de sus puestos.
En síntesis, no hay duda de que podemos crecer más y de manera sostenida. Falta ver, sin embargo, si algún gobierno se decide a entrarle al toro por los cuernos para que salgamos del estancamiento prolongado.