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Estandarización de lo educativo o viva la mediocridad

Con/sin sentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Ahora resulta que la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, la Anuies, se desgarra las vestiduras al revelar, según su propio estudio, que 65% de los jóvenes que llegan a ese nivel educativo sin la capacidad para comprender lo que leen. El caso es que a los señores de la Anuies se les olvida cuánto han participado de la construcción de esa realidad de la que ahora se asustan.

Por décadas, la Anuies -al igual que su equivalente para las instituciones particulares, la Fimpes- han defendido a capa y espada la idea de que la "acreditación" es la manera de lograr el "aseguramiento" de la "calidad educativa". ¿Y qué es lo que ha pasado? Que todo el sistema educativo mexicano se ha contagiado de ese extraño afán, que conduce a que hoy por hoy en las escuelas sea más valioso llenar formatos para solventar la "acreditación", que educar. En otras palabras, hoy la actividad a la que le dedican más tiempo, dinero y esfuerzo muchas de nuestras instituciones "educativas", es a construir portafolios de evidencias que demuestren que "educan con calidad".

Pero la acción cual búmeran se les regresa y los golpea en la frente: al final del camino tenemos más escuelas acreditadas pero menos educación -y esto pasa en todos los niveles educativos. Lo más terrible de la situación es que, tras dar a conocer los resultados, los genios solicitarán la implementación de más controles, más mecanismos que "aseguren" la calidad educativa, y el búmeran regresará cada vez con mayor fuerza, para, tras el nuevo golpe, volver a ser lanzado una y otra vez. Y no, no es por necedad, sino por el enorme negocio que se esconde detrás de los procesos de certificación.

En cada intento por ser acreditadas, las instituciones educativas emplean recursos económicos que, en vez de ser destinados a lo estrictamente educativo, se dedican a pagar consultores o similares, que, no en pocas ocasiones, lo único que realizan es un montaje a través del cual las escuelas y universidades fabrican sus propias evidencias para demostrar que hacen lo que en realidad no ocurre. Pero además buscan la acreditación, sobre todo en el caso de las instituciones de financiamiento privado, no porque les interese la calidad educativa sino porque colocar el sello en sus escuelas "vende".

Pero aun suponiendo que no se falsificaran las evidencias, el gran tema aquí es que el establecimiento de estándares para medir lo educativo es, ya de por sí, un absurdo. No quiero decir con ello que dichos parámetros no tengan absoluto valor, sí que lo tienen, pero es mínimo. Lo que hace a la educación ser buena no puede ser medido con instrumentos cuantitativos porque su naturaleza es totalmente distinta a la de lo mesurable. En otras palabras, educar no es producir tornillos o pantalones, es algo infinitamente más complicado y, por tanto, su calidad no puede capturarse a través de estándares, por muchos que éstos sean.

Sin embargo cada vez se inventan más. Algunos docentes que me leerán coincidirán conmigo en que, en la medida que van pasando los años, se les exigen llenar más y más formatos que pretenden ser la solución para los problemas educativos del país. Cuando fracasan, como lo han venido haciendo sistemáticamente, se culpa entonces a los maestros por no hacer bien su trabajo, sin darse cuenta que su tarea ha sido la que la institución marcó: cumplir con los estándares. Aristóteles afirmaba que a mayor número de reglas, menor virtuosismo y hoy podemos decir algo similar en tanto a los estándares educativos: entre mayor sea su presencia, menos virtud hay y, por tanto, mayor mediocridad.

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